lunes, 25 de marzo de 2013

domingo, 24 de marzo de 2013

Una tristeza

Me estoy permitiendo una tristeza.

Me permito, ahora, sentir un hueco, pequeñito, en alguna parte de mí. Me permito una canción que me ayuda a escribir, una voz entrecortada. Me permito decir que extraño a mi madre, a mis hermanos y a mi padre. Extraño mi casa, extraño a mis amigas. Extraño mis días agitados, mis días de rutina, mis días sin tiempo. Extraño comer en el carro mientras escucho el radio, extraño el noticiero de las 6 de la mañana. Extraño madrugar, extraño el frío. Extraño regañar a mi hermano y platicar con él en el carro, extraño cuidar a mi mamá. Nos extraño a todos desayunando, comiendo, cenando. Extraño prepararle café a mi padre, extraño el pan sin sal y el queso panela del tianguis. Extraño a mis gatos. 

Extraño a la que dejé mientras abrazo a la que vino conmigo, a la que hoy me acompaña, a la que hoy, feliz, se permite una tristeza.





jueves, 21 de marzo de 2013

La cena

Se llevó las manos al rostro, a la nariz, olió despacio y la alejó. No iba a medio camino cuando la regresó, curiosa. Cebolla, pensó. Tomó el lápiz, sabía que entreteniendo las manos podía dejar de pensar en esos sabores, pero no quería. Lo único que había en su mente eran sabores, olores y los ruiditos esos que hace el aceite cuando acitrona ajo. O pimientos. Era como una orquesta, subía y bajaba las manos pensando cómo unir los ingredientes, cómo hacerlos melodía. Cuando las notas eran bajas esperaba una cocción o un hervor, las percusiones llegaban cuando picaba vegetales o pollo o carne, las notas altas se escuchaban cuando la sartén recibía esas maravillosas especias que daban el toque de protagonismo al platillo. Lo mejor eran los violines, justo en el momento en el que se acercaba y su pequeña nariz percibía cada uno de los olores, le emborrachaban y podía escuchar todos esos instrumentos haciendo una fabulosa melodía. Respiró. Cantó. Quiso ir a la cocina y hacer música. Se detuvo a la mitad del pasillo, cantó más fuerte. Recordó su promesa y la voz de su madre: "tanta pasión en la cocina te va a matar", se agarró de la pared y dio sus acostumbrados pequeños pasos. Y qué importa, pensó, qué es una promesa, qué es el amor sin pasión, qué es esperarlo sin tener la cena lista.



sábado, 9 de marzo de 2013

Descubrimientos

De pronto, cierto día, una se descubre sonriéndole a la ropa. Doblándola cuidadosamente, pasando la mano sobre la tela como suavizándola para que trate bien a esa espalda que la cubre a una del frío y que una cubre de besos. Ese día, cualquier día, una se sorprende reconociendo aromas y colores. Diciendo me gusta esta camisa, es que la tela, es fresca, se te ve bien. Una se ve pasando la mano sobre la espalda, como suavizando, tratando bien; arreglando cuellos y preocupándose por la cena. Una reconoce con exaltada maravilla que disfruta el cocinar, entonces se dice, le dice, que lo más probable es que sea el amor, sí, esa explicación trillada de película mexicana es la única que se encuentra para semejante hallazgo. Entonces las puertas del otro mundo, el nuevo mundo, se abren. O se abren y se cierran sólo para que una voltee y mire, para darse cuenta de lo hecho, para sonreír porque se hizo. Se da un paso, se asienta, se brinca de alegría. Se llega al pellizco porque no se puede creer. Y se agradece. Y se busca un lugar en dónde sentarse para pensar y levantarse inmediatamente después de sentarse, para llevarse las manos a la boca y girar de un lado a otro, para caminar despacio por la casa como si el tiempo la apurara a terminar el recorrido de cada nueva habitación, de cada reconocida habitación. 

Un día, cierto día, una se da cuenta que lo hizo. Poquito. Otra vez.