¿Acaso las mujeres de cuarenta se detienen? No, espera, ¿acaso se preguntan si acaso? No lo sé y nunca lo sabré. Y qué bueno.
He cometido tantos tantos errores. He llorado tanto. He reído más. He sido la más amada y la más abandonada, la más fuerte y la más débil: la más culpable, la más yo.
He caminado tanto, he descubierto más. Aquella mujer de treinta ya no es. O quizá sí: la esencia. El camino. He cambiado tanto. Dios, cómo he cambiado y cómo me enorgullece y cómo me entristece. Secretamente me regocijo en darme cuenta que soy otra, que cada día me convierto en otra. O quizá no: la esencia es el camino.
La pasión, la energía, el corazón. Ay, corazón cuánto has amado, cuánto has crecido. Dime, querido corazón, cómo lo has hecho. Cómo te has deshecho. Habla, corazón.
Por primera vez siento que me falta tanto por vivir... y ya tengo 40 años! Más de una vez he deseado, he pedido vivir muchos años para no dejar de sentir. Pero quién soy, cuán egoísta he sido. Cuán ególatra e individualista he sido. Pero es que siento que no he enmudecido lo suficiente, no me he erizado lo que debía. Ay, amor, cuánto no he sentido y cuánto he sentido.
Y hoy más que nunca quiero gritar. Y quiero llorar. Y quiero no pensar.
Ya tengo cuarenta años y no tengo una vida normal. No he tenido mi boda de ensueño, ni he planeado construir una casa junto al amor de mi vida. Sólo viví. Sólo sentí. ¿Y si he vivido mal, si he sentido mal?
¿Y si todo hubiera sido diferente? ¿Y si no tuviera estas ganas inmensas de llorar?
¿Y si supiera cómo poner el signo de exclamación que abre?
He hecho tanto, me falta tanto. Y ya tengo 40 años.