Ya casi es día de muertos, lo sé
porque los meses pasan volando y porque las panaderías ya empiezan a preparar
el delicioso pan de muerto que espero con ansias cada año. Estas fechas me
remontan a mi infancia en casa de la abuela y a las leyendas que nos contaba
cada hanal pixan mientras limpiábamos la casa, sacábamos los manteles y preparábamos
los guisos preferidos de nuestros muertitos para consentirlos. Claro, nunca
podía faltar la leyenda de la Ix’Tabay.
Comenzaba la viejita hablando
quedo, sabía lo que nos asustaba escucharla, por eso era un tanto sinvergüenza
y escondía una risita entre las palabras que a nosotras, mi hermana menor y yo,
nos ponía la piel de gallina.
“Ustedes ya conocen la leyenda,
saben que eran dos hermanas, así, como ustedes, igual de traviesas, pero ellas
guardaban corazones distintos y eso las llevó a destinos distintos. Ix’Tabay,
despreciada por la gente por sus pasiones desmedidas, pero de corazón bueno y
noble, tuvo una muerte con el aroma de los más delicados perfumes; en su tumba
nació la xtabentún, esa flor hermosa cuyo néctar embriagaba dulcemente. En
cambio, Utz-Colel, quien decíase ser pura y justa ante la gente, escondía un
duro y frío corazón que le dio una muerte de olor fétido; en su tumba nació la
flor de tzacam, que era un cactus lleno de espinas. Utz-Colel, al ver esto, quiso
ser Ix’Tabay, invocó a los malos espíritus y logró regresar al mundo de los
vivos cada vez que quisiera, escondida entre las ceibas enamoraba a los pobres
hombres con su larga cabellera negra, volviéndolos locos de amor y matándolos
al final. Pero ustedes ya saben eso, todo el pueblo lo sabe, lo que no saben es
cómo un pobre hombre tuvo que renunciar al amor infinito para poder
sobrevivir.”
Mi hermana y yo nos tomábamos de
la mano y al unísono susurrábamos: Sigue, abue, sigue.
“Tomás era muy trabajador, se le
notaba en el cuerpo, tenía unos brazos fuertes que le ayudaban a sostenerse
mientras cortaba la resina del chico-zapote; pasaba los días en la selva, en
las copas de los árboles, entre las ceibas. Se conocía los caminos de memoria
pero siempre procuraba irse antes del anochecer. Nunca se quedaba solo, sabía
bien que era un hombre bueno y noble, de esos que la Ix’Tabay saboreaba más; por
eso su padre, antes de morir, le dio una bolsita con espinas de tzacam, ‘dicen
que esto puede salvarte de la hermosa’, le dijo su padre, ‘llévala siempre
contigo’.
—¿Conociste a Tomás?, preguntaba yo a la
abuela. —Todos lo conocíamos, todos lo queríamos y todos sufrimos con él
después de lo que le pasó. Era un muchacho tranquilo, bonachón, que a todo el
mundo ayudaba, más de una quiso casarse con él, pero él esperaba que su corazón
le dijera quién era la indicada. Bueno, ya no me interrumpan, niñas, déjenme
terminar que ya casi está la cena, decía abuela agitando las manos y
agachándose hacia nosotras para hablar más quedito.
“Esa noche no se dio cuenta del paso del
tiempo, se le fueron las horas extasiado con el aroma de una hermosa flor que
nunca había visto, se sentía ebrio, volaba con los pies en la tierra, no dejaba
de sonreír. La extraña flor brillaba más a medida que anochecía, por eso él no
se daba cuenta de la profunda oscuridad que ya lo rodeaba. Era demasiado
tarde.”
Abuela, a propósito, hacía una
pausa y bebía su café negro, nosotras seguíamos sus movimientos expectantes,
sin parpadear. Ella nos miraba divertida y nos decía: “míralas, ya están hasta
agarradas de la mano, ¿le sigo?”. Nosotras, apretando las manos, movíamos la
cabeza de arriba para abajo y ella, agarrando aire, le seguía.
“De pronto un ruido entre los
árboles lo hizo voltear y percatarse de la hora, quiso correr pero decidió
despedirse de su flor. Cuando regresó
la vista, la flor ya no estaba, en su lugar estaba la mujer más hermosa que
había visto jamás. Con una piel y unos largos cabellos negros brillantes. Por
un segundo pasó por su mente quién era, pero la voz de ella lo hizo olvidar
todo. Ix’Tabay se acercó a él, lo tocó y en él quedó el perfume más exquisito
de todas las flores juntas. No había nada más, eran su flor y él. El amor de su
vida, el amor que hasta ahora estaba esperando, por el que trabajaba con ahínco
cada día, por el que despertaba y soñaba: era ella, al fin. Estaba perdido,
enamorado, ensoñado, atontado. No sabía qué hacer más que mirarla y olerla,
desearla. Un ruido sobre la hojarasca lo hizo reaccionar, parpadeó y algo, un
milagro, lo hizo recobrar la razón: no podía amarla, no podía tenerla, ¡era la
Ix’Tabay!, lo que su padre siempre le había advertido. Sintió en su corazón
rebosante de amor la más profunda pena, le dolía, lo aniquilaba. ¿Por qué, por qué
la mujer de sus sueños, el amor de su vida, tenía que ser ella? La cabellera
negra espesa parecía brillar más, el olor era más agradable y embriagador, ella
sabía que en cualquier momento él intentaría correr y no se lo permitiría.”
Mi hermana y yo, atentas, veíamos
a abuela asomarse a la ventana mientras nos decía: “miren, no hay luna y ya no
tarda en llover, ya está tronando”. Nosotras, sabiendo lo que venía, tragábamos
saliva.
“Tomás la miró por última vez,
ella adivinó sus intenciones y su cabellera creció, lucía hermosísima,
radiante. Vio, sin poder creerlo, como las ramas de la ceiba crecían, las
raíces brotaban del suelo y la tierra temblaba. La noche se tornó más oscura,
violenta. Se escuchaban lamentos, truenos, caían rayos y maldiciones: ella
había dejado ver su duro corazón. Tomás temblaba de miedo y amor. Entre el estruendo
hubo un instante de silencio, de paz, ella caminó hacia él y con la voz más
dulce le dijo que lo amaba. Casi lo convence, pero Tomás la miró por última vez
con el corazón destrozado. Envuelto en la locura del amor se dejó abrazar y, estremecido
por ella, sintió como lo enredaba entre la negrura de su pelo. Como pudo sacó
de su bolsa una espina y se entregó al abrazo total de su amada. Ni el grito
desgarrador de ella al sentir la espina en su cuello pudo separarla de él, la
atrajo más fuerte hasta que Ix’Tabay desapareció. Tomás cayó de rodillas al
suelo, sin dejar de temblar, sin dejar de llorar, sin entender nada.”
Por primera vez en la historia el
rostro de abuela se llenaba de pesar.
“En fin, pobre Tomás, yo me lo
topé varias veces, siempre estaba como ido, no hablaba con nadie y no hacía más
que trabajar y regresar a su casa antes del anochecer. Sí, sobrevivió algunos
años más, pero esa noche su corazón murió de amor, nunca más pudo mirar a una
mujer, en sus ojos sólo se reflejaba una larga cabellera negra espesa y ondulante.”
Mi hermana y yo, poco a poco, nos
soltábamos las manos mientras las abríamos y cerrábamos para dejar circular la
sangre después de tenerlas tan apretadas. Abuela se levantaba de su silla y
mientras nosotras estábamos sin habla, la veíamos ir a la cocina y atónitas la
escuchábamos decirnos: Entonces, ¿quién quiere mucbipollo?
Ay, la abuela y sus leyendas. Si
me preguntaran porqué es esta una de mis festividades favoritas respondería que
exactamente no lo sé, quizá sea por la cantidad de signos, colores y sabores
que la tradición encierra, quizás es por nostalgia, o quizá simplemente sea
porque ya quiero mucbipollo.
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