lunes, 9 de julio de 2012

Cruce

Cuando crucé la calle me sentí culpable. Me dio vergüenza pensar que le saqué la vuelta a una persona con una enfermedad mental y no era la primera vez que lo hacía. Había visto ya, alguna vez, cómo gritaba y amenazaba con el bastón a quien pasara frente a su puerta. Pero me sentía mal. Vi gente en la acera de enfrente y pensé que quizás eran las personas que vivían con él y habían salido huyendo de la casa tras algún ataque suyo. Me justifiqué. Las personas hablaban por teléfono, yo las vi como desesperadas, bueno, las medio vi porque mi paso era ya apresurado, nervioso. Cuando pisé la banqueta reviré un poco y vi que alguien salió de la casa, era él. Me dio miedo. Mucho. Su tamaño era —al menos— dos veces el mío. Eso y el bastón. Y la fuerza, y la furia. Cruzó la calle y justo a la mitad corrió hacia mi dirección. O eso creí. Me petrifiqué mas no volteé. Seguí mirando mi sombra en la banqueta, vigilando que su sombra no nos tocará. Se fue. Respiré. Por unos minutos más vigilé mi sombra, hasta que me di cuenta que tenía una historia. Como aún me faltaban varios pasos para llegar a casa me repetí la historia otra vez. La repasé. Trataba de inyectarla en mi mente para que no se me olvidara al llegar a mi libreta. No supe en qué hora mis dos enormes árboles favoritos cubrieron mi sombra, tampoco supe en qué hora su fuerza cubrió mi cuello. 

Carajo, era una buena historia.