miércoles, 22 de febrero de 2012

De espacios y otros demonios


A veces lo único que quiero es habitar ese espacio entre tu cama y tu cuerpo.


lunes, 6 de febrero de 2012

Origami

Cuentan que en la ventana de un hotel muy lujoso y antiguo vivía un tulipán. Nadie sabe cómo llegó ahí exactamente. No hay manera de explicar cómo, de la nada, pudo nacer un tulipán en el alféizar de la ventana.

Cierta vez una mucama dijo haber visto una pequeña mancha verde. Pasó el plumero encima de ella, no pasó nada. Al parecer polvo verde no es, pensó la mucama. Tomó un paño y suavemente frotó por encima de la mancha. Nada. Talló un poco más pero la manchita no desapareció. Salió apresurada a buscar algún líquido que pudiera borrarla, al dejar la habitación se topó en el pasillo con una novia que celebraría su boda en cinco minutos y el cierre de su vestido se había atorado. La mucama fue a ayudar a la novia en apuros y, claro, se olvidó del tulipán.

Otra vez, un limpiavidrios contó que en una de las ventanas había algo como una flor. Hasta tenía tallo y todo. Dijo que se acordaba porque esa era su ventana favorita. Nunca está sucia, nunca. Decía que era lo más extraño que le había pasado en su oficio y que, de no ser porque cada día era testigo de ello, no lo creería. Es algo imposible, la ventana nunca se ensucia y además siempre brilla. Cada día se asombraba y cada día lo olvidaba.

Quien vio la flor naciente fue un huésped. Su asombro fue enorme cuando, al recorrer la cortina que caía sobre el alféizar, percibió un destello de luz. Se acomodó los lentes y se acercó. ¿Pero qué es esto?, alcanzó a decir antes de enmudecer por completo y perder más de una hora observando tan bello acontecimiento. Debe ser un milagro, pensó. Se percató del paso del tiempo y, con apuro, tomó su maletín, salió de la habitación para cerrar un importante negocio, y lo olvidó.

Dicen que una noche de invierno una pareja llegó a ocupar la habitación. La chica, en cuanto descubrió el alféizar, tomó su libro y se sentó. Él la siguió y se sentó a su lado. Nunca se explicó cómo alcanzó a ver el tulipán estando tan perdido en esos ojos. Mirando con fascinación su gran descubrimiento y sosteniéndolo en la mano, le dijo:

—¿Crees en los sueños de papel?

Ella, con el tulipán muy cerca de su boca y asintiendo, sopló.












sábado, 4 de febrero de 2012

Mi casa

Ayer regañé a mi ciudad, hacía frío y se lo recriminé. Le hablé de tu ciudad, de la temperatura cálida, de tu calor. Le dije que allá abrazan; que, cuando hace frío, unas manos dulces frotan mi espalda desnuda al tiempo que unos brazos fuertes me protegen.

Le conté también del viento y su canción, de cómo despeina mientras se camina por sus calles, o mientras unos ojos me enseñan sus caminos. Presumí la complicidad del viento, cómo acaricia mis manos y las va llevando a tu pelo; cómo tu pelo lo reconoce en mí y me recibe. Y me deja quedarme, y me pide quedarme.

Mi ciudad me miraba con recelo, se preguntaba qué cosa me habría hecho ésa otra ciudad como para atreverme a reclamar el frío. La tranquilicé diciendo que quizá era yo quien estaba perdiendo resistencia. Que quizá la edad, el pelo tan corto, el mes, ésas cosas. No me creyó. Guardó silencio y me miró fijamente.

Sé que leyó mis labios, así como tu ciudad los lee cada noche. Pero no supo recorrerlos, ni redescubrirlos. Se acercó a mí, mas no logró encontrarse con la forma de mis labios, tampoco logró que cerrara los ojos. No pudo hacerme soñar, no pudo hacerme volar.

Tomé aire y la miré de frente. Todo está bien, le dije, es sólo que, hoy, al caminarte, me sobraron los pasos; es sólo que hoy ya no me alcanzas. Pude ver cómo sus callejones se contraían y se hacían los fuertes. No hablé más, pero sé que escuchó cómo mis sueños me pedían caminar más. Sé que escuchó a mis sueños pidiéndome regresar a casa.