martes, 22 de octubre de 2013

Ix'Tabay

Ya casi es día de muertos, lo sé porque los meses pasan volando y porque las panaderías ya empiezan a preparar el delicioso pan de muerto que espero con ansias cada año. Estas fechas me remontan a mi infancia en casa de la abuela y a las leyendas que nos contaba cada hanal pixan mientras limpiábamos la casa, sacábamos los manteles y preparábamos los guisos preferidos de nuestros muertitos para consentirlos. Claro, nunca podía faltar la leyenda de la Ix’Tabay.

Comenzaba la viejita hablando quedo, sabía lo que nos asustaba escucharla, por eso era un tanto sinvergüenza y escondía una risita entre las palabras que a nosotras, mi hermana menor y yo, nos ponía la piel de gallina.

“Ustedes ya conocen la leyenda, saben que eran dos hermanas, así, como ustedes, igual de traviesas, pero ellas guardaban corazones distintos y eso las llevó a destinos distintos. Ix’Tabay, despreciada por la gente por sus pasiones desmedidas, pero de corazón bueno y noble, tuvo una muerte con el aroma de los más delicados perfumes; en su tumba nació la xtabentún, esa flor hermosa cuyo néctar embriagaba dulcemente. En cambio, Utz-Colel, quien decíase ser pura y justa ante la gente, escondía un duro y frío corazón que le dio una muerte de olor fétido; en su tumba nació la flor de tzacam, que era un cactus lleno de espinas. Utz-Colel, al ver esto, quiso ser Ix’Tabay, invocó a los malos espíritus y logró regresar al mundo de los vivos cada vez que quisiera, escondida entre las ceibas enamoraba a los pobres hombres con su larga cabellera negra, volviéndolos locos de amor y matándolos al final. Pero ustedes ya saben eso, todo el pueblo lo sabe, lo que no saben es cómo un pobre hombre tuvo que renunciar al amor infinito para poder sobrevivir.”

Mi hermana y yo nos tomábamos de la mano y al unísono susurrábamos: Sigue, abue, sigue.

“Tomás era muy trabajador, se le notaba en el cuerpo, tenía unos brazos fuertes que le ayudaban a sostenerse mientras cortaba la resina del chico-zapote; pasaba los días en la selva, en las copas de los árboles, entre las ceibas. Se conocía los caminos de memoria pero siempre procuraba irse antes del anochecer. Nunca se quedaba solo, sabía bien que era un hombre bueno y noble, de esos que la Ix’Tabay saboreaba más; por eso su padre, antes de morir, le dio una bolsita con espinas de tzacam, ‘dicen que esto puede salvarte de la hermosa’, le dijo su padre, ‘llévala siempre contigo’.

¿Conociste a Tomás?, preguntaba yo a la abuela. Todos lo conocíamos, todos lo queríamos y todos sufrimos con él después de lo que le pasó. Era un muchacho tranquilo, bonachón, que a todo el mundo ayudaba, más de una quiso casarse con él, pero él esperaba que su corazón le dijera quién era la indicada. Bueno, ya no me interrumpan, niñas, déjenme terminar que ya casi está la cena, decía abuela agitando las manos y agachándose hacia nosotras para hablar más quedito.

 “Esa noche no se dio cuenta del paso del tiempo, se le fueron las horas extasiado con el aroma de una hermosa flor que nunca había visto, se sentía ebrio, volaba con los pies en la tierra, no dejaba de sonreír. La extraña flor brillaba más a medida que anochecía, por eso él no se daba cuenta de la profunda oscuridad que ya lo rodeaba. Era demasiado tarde.”

Abuela, a propósito, hacía una pausa y bebía su café negro, nosotras seguíamos sus movimientos expectantes, sin parpadear. Ella nos miraba divertida y nos decía: “míralas, ya están hasta agarradas de la mano, ¿le sigo?”. Nosotras, apretando las manos, movíamos la cabeza de arriba para abajo y ella, agarrando aire, le seguía.

“De pronto un ruido entre los árboles lo hizo voltear y percatarse de la hora, quiso correr pero decidió despedirse de su flor. Cuando regresó la vista, la flor ya no estaba, en su lugar estaba la mujer más hermosa que había visto jamás. Con una piel y unos largos cabellos negros brillantes. Por un segundo pasó por su mente quién era, pero la voz de ella lo hizo olvidar todo. Ix’Tabay se acercó a él, lo tocó y en él quedó el perfume más exquisito de todas las flores juntas. No había nada más, eran su flor y él. El amor de su vida, el amor que hasta ahora estaba esperando, por el que trabajaba con ahínco cada día, por el que despertaba y soñaba: era ella, al fin. Estaba perdido, enamorado, ensoñado, atontado. No sabía qué hacer más que mirarla y olerla, desearla. Un ruido sobre la hojarasca lo hizo reaccionar, parpadeó y algo, un milagro, lo hizo recobrar la razón: no podía amarla, no podía tenerla, ¡era la Ix’Tabay!, lo que su padre siempre le había advertido. Sintió en su corazón rebosante de amor la más profunda pena, le dolía, lo aniquilaba. ¿Por qué, por qué la mujer de sus sueños, el amor de su vida, tenía que ser ella? La cabellera negra espesa parecía brillar más, el olor era más agradable y embriagador, ella sabía que en cualquier momento él intentaría correr y no se lo permitiría.”

Mi hermana y yo, atentas, veíamos a abuela asomarse a la ventana mientras nos decía: “miren, no hay luna y ya no tarda en llover, ya está tronando”. Nosotras, sabiendo lo que venía, tragábamos saliva.

“Tomás la miró por última vez, ella adivinó sus intenciones y su cabellera creció, lucía hermosísima, radiante. Vio, sin poder creerlo, como las ramas de la ceiba crecían, las raíces brotaban del suelo y la tierra temblaba. La noche se tornó más oscura, violenta. Se escuchaban lamentos, truenos, caían rayos y maldiciones: ella había dejado ver su duro corazón. Tomás temblaba de miedo y amor. Entre el estruendo hubo un instante de silencio, de paz, ella caminó hacia él y con la voz más dulce le dijo que lo amaba. Casi lo convence, pero Tomás la miró por última vez con el corazón destrozado. Envuelto en la locura del amor se dejó abrazar y, estremecido por ella, sintió como lo enredaba entre la negrura de su pelo. Como pudo sacó de su bolsa una espina y se entregó al abrazo total de su amada. Ni el grito desgarrador de ella al sentir la espina en su cuello pudo separarla de él, la atrajo más fuerte hasta que Ix’Tabay desapareció. Tomás cayó de rodillas al suelo, sin dejar de temblar, sin dejar de llorar, sin entender nada.”

Por primera vez en la historia el rostro de abuela se llenaba de pesar.

“En fin, pobre Tomás, yo me lo topé varias veces, siempre estaba como ido, no hablaba con nadie y no hacía más que trabajar y regresar a su casa antes del anochecer. Sí, sobrevivió algunos años más, pero esa noche su corazón murió de amor, nunca más pudo mirar a una mujer, en sus ojos sólo se reflejaba una larga cabellera negra espesa y ondulante.”

Mi hermana y yo, poco a poco, nos soltábamos las manos mientras las abríamos y cerrábamos para dejar circular la sangre después de tenerlas tan apretadas. Abuela se levantaba de su silla y mientras nosotras estábamos sin habla, la veíamos ir a la cocina y atónitas la escuchábamos decirnos: Entonces, ¿quién quiere mucbipollo?

Ay, la abuela y sus leyendas. Si me preguntaran porqué es esta una de mis festividades favoritas respondería que exactamente no lo sé, quizá sea por la cantidad de signos, colores y sabores que la tradición encierra, quizás es por nostalgia, o quizá simplemente sea porque ya quiero mucbipollo.





jueves, 9 de mayo de 2013

Flor de Azalia

Siempre supe que sería a quién más extrañaría. También supe que ella no tenía idea de que aún no me marchaba y ya la extrañaba. Ya echaba de menos llegar a casa, saludarla y besarla. Encontrarla en la cocina, leyendo en la mesa o recostada en el sofá viendo una o dos o tres películas. 

Cabe aclarar que, obviamente, el escribir esto a escasos minutos del 10 de mayo me resulta un cliché enorme y molestoso. La culpa la tiene Facebook y Tuíter y toda la gente que habla de lo mismo en un día como hoy. O como mañana. La cosa es que nunca había pasado tanto tiempo sin verla, sin verlos, y pues sí, me ganó la nostalgia, la tristeza permitida. 

Después de la justificación, que a fin de cuentas creo que sólo es para mí, pues vamos a ser un cliché y vamos a decir, en pleno 10 de mayo, que amo a mi amá. Sí, amá, con todas sus letras norteñas. Mi madre veracruzana que me hizo amar a ese lugar que todos sabemos es bello. Esa mujer que me da su bendición cada que hablo con ella por Skype, la misma que reconozco en mis gestos y mi manera de hablar con la gente. La señora bonita que platica horas y horas y se emociona cuando me cuenta que tiene una nueva amiga. Mi madre niña, mi niña madre. Esa que disfruta tanto los cumpleaños que adorna la casa con globos, pega cartulinas con felicitaciones y todo el día pone las 40 versiones de Las Mañanitas. La mujer que hoy recordé mientras pelaba una naranja, la que recuerdo todos los días y todo el día. 

¿Uno no sabe lo que tiene hasta que lo pierde? O bueno, ¿hasta que está lejos? Yo sí sé lo que tengo y afortunadamente lo supe antes de alzar el vuelo. Quizá por eso no me fue difícil el moverme de orilla, o quizá fue el hecho de que ella también siguió a su corazón y, claro, a mi papá. O quizá fue que siempre me enseñó a escuchar los latidos con los latidos, a detenerme a ver el cielo, a mirar a los ojos, a sonreír. Miren, justo ahora la imagen que tengo de Doña Azalia (ajá, tiene nombre de flor mi señora bonita) es una sonrisa enorme. Ven, me enseñó a sonreír, me enseña a sonreír.

Y creo que al final esta "chipilez" (disculpen, no estoy segura si existe la palabra) no es que esté lejos, es que soy una cursi, una romántica incorregible y cada 10 de mayo, cada cumpleaños o cada sonrisa de mi madre, me dan unas ganas enormes de llorar. Y se me queda todo agolpado en el pecho, entonces mejor la abrazo fuerte y bajo la cabeza para que no me vea los ojos brillosos. Entonces mejor aprovecho cada momento para darle un beso, para decirle que me encanta la comida que preparó, para decirle que ande con cuidado en la calle o para felicitarla por el nuevo baile que aprendió y el nuevo curso que terminó. Después la beso, le sonrío grande y le regalo todos mis ojos.

Ahora, con su permiso, tengo que mandar esto por mail, a mi hermano, para que se lo enseñe a la del santo, a la festejada, a la bien extrañada y bien amada.









sábado, 6 de abril de 2013

Ciudad

Y un día, como en ciudad nueva, me proclamararé dueña de tus calles. Pisaré tu suelo por primera vez con ese aire de admiración digna de turista; sentiré el clima cálido o frío en mis mejillas, quizá lo reconozca, quizá lo recuerde de alguna otra vez, quizá me adapte en el momento. Al principio, cuando ande tus calles, me sentirás lejana, pero no sabrás que lo que hago es memorizar. Me mostraré segura porque, de alguna manera, ya había estado ahí. Con las huellas de mis dedos retrataré cada una de tus atracciones, todo eso que nunca había visto y que querré llevar siempre conmigo como recuerdo de viaje. Un homenaje a las primeras veces. Poco a poco, día a día, con los sentidos tan abiertos me sorprenderé con lo que vea, con lo que escuche, con lo que toque. Con lo que aprenda. Con lo que atrape en mi memoria para no perderme nunca, para sí encontrarte siempre. Te asombrarás cuando sepa a dónde ir sin preguntarte, cuando te diga es por acá, yo lo sé, yo te sé.




lunes, 25 de marzo de 2013

domingo, 24 de marzo de 2013

Una tristeza

Me estoy permitiendo una tristeza.

Me permito, ahora, sentir un hueco, pequeñito, en alguna parte de mí. Me permito una canción que me ayuda a escribir, una voz entrecortada. Me permito decir que extraño a mi madre, a mis hermanos y a mi padre. Extraño mi casa, extraño a mis amigas. Extraño mis días agitados, mis días de rutina, mis días sin tiempo. Extraño comer en el carro mientras escucho el radio, extraño el noticiero de las 6 de la mañana. Extraño madrugar, extraño el frío. Extraño regañar a mi hermano y platicar con él en el carro, extraño cuidar a mi mamá. Nos extraño a todos desayunando, comiendo, cenando. Extraño prepararle café a mi padre, extraño el pan sin sal y el queso panela del tianguis. Extraño a mis gatos. 

Extraño a la que dejé mientras abrazo a la que vino conmigo, a la que hoy me acompaña, a la que hoy, feliz, se permite una tristeza.





jueves, 21 de marzo de 2013

La cena

Se llevó las manos al rostro, a la nariz, olió despacio y la alejó. No iba a medio camino cuando la regresó, curiosa. Cebolla, pensó. Tomó el lápiz, sabía que entreteniendo las manos podía dejar de pensar en esos sabores, pero no quería. Lo único que había en su mente eran sabores, olores y los ruiditos esos que hace el aceite cuando acitrona ajo. O pimientos. Era como una orquesta, subía y bajaba las manos pensando cómo unir los ingredientes, cómo hacerlos melodía. Cuando las notas eran bajas esperaba una cocción o un hervor, las percusiones llegaban cuando picaba vegetales o pollo o carne, las notas altas se escuchaban cuando la sartén recibía esas maravillosas especias que daban el toque de protagonismo al platillo. Lo mejor eran los violines, justo en el momento en el que se acercaba y su pequeña nariz percibía cada uno de los olores, le emborrachaban y podía escuchar todos esos instrumentos haciendo una fabulosa melodía. Respiró. Cantó. Quiso ir a la cocina y hacer música. Se detuvo a la mitad del pasillo, cantó más fuerte. Recordó su promesa y la voz de su madre: "tanta pasión en la cocina te va a matar", se agarró de la pared y dio sus acostumbrados pequeños pasos. Y qué importa, pensó, qué es una promesa, qué es el amor sin pasión, qué es esperarlo sin tener la cena lista.



sábado, 9 de marzo de 2013

Descubrimientos

De pronto, cierto día, una se descubre sonriéndole a la ropa. Doblándola cuidadosamente, pasando la mano sobre la tela como suavizándola para que trate bien a esa espalda que la cubre a una del frío y que una cubre de besos. Ese día, cualquier día, una se sorprende reconociendo aromas y colores. Diciendo me gusta esta camisa, es que la tela, es fresca, se te ve bien. Una se ve pasando la mano sobre la espalda, como suavizando, tratando bien; arreglando cuellos y preocupándose por la cena. Una reconoce con exaltada maravilla que disfruta el cocinar, entonces se dice, le dice, que lo más probable es que sea el amor, sí, esa explicación trillada de película mexicana es la única que se encuentra para semejante hallazgo. Entonces las puertas del otro mundo, el nuevo mundo, se abren. O se abren y se cierran sólo para que una voltee y mire, para darse cuenta de lo hecho, para sonreír porque se hizo. Se da un paso, se asienta, se brinca de alegría. Se llega al pellizco porque no se puede creer. Y se agradece. Y se busca un lugar en dónde sentarse para pensar y levantarse inmediatamente después de sentarse, para llevarse las manos a la boca y girar de un lado a otro, para caminar despacio por la casa como si el tiempo la apurara a terminar el recorrido de cada nueva habitación, de cada reconocida habitación. 

Un día, cierto día, una se da cuenta que lo hizo. Poquito. Otra vez.



martes, 1 de enero de 2013

El primer día

Abrí los ojos alrededor de las 10 de la mañana, los había cerrado cerca de las 5 así que, acurrucándome a él, volví a dormir. Despertamos juntos pasado el mediodía. Dejamos la cama, comimos algo de fruta y nos besamos. Otra vez. Vimos caricaturas mientras no nos quitábamos las manos de encima. Nos miramos mucho, como sin creernos.

Sonó el teléfono, era la abuela, la felicitamos y nos felicitó, doble. Recogí la mesa y ordené la cocina mientras él se alistaba para ir al trabajo. Volvimos al sofá y no queríamos soltarnos. Llegó la hora de la comida y buscamos en el refri lo que un día antes juntos habíamos preparado. Nos felicitamos otra vez. Hablamos hasta que nos dimos cuenta que era tarde, se levantó a prisa, lo seguí a la puerta y con un beso lo despedí.

Limpié la mesa y me preparé un té. Tomé uno de los chocolates de la mesa y descubrí el maratón de Friends. Vi la tele un rato, hice ejercicio y seguí con mis labores de casa. Cambié los muebles de lugar, le dejé una nota escondida y pensé que unas sillas blancas le vendrían bien a la mesa. Tomé un baño y llamé a mis padres. Me llevé la computadora a la cama, encendí el maratón de Friends y me dio por escribir. 

Me dio por contar lo que hice, lo que hago, el primer día del primer mes del año. Así lo inicio. Y lo inicio feliz en una nueva ciudad. Sí, extrañando a mis padres, a mis hermanos y a mi Tijuana, pero volando. Lo inicio con el amor de mi vida. Inicio este año llena de sueños cumplidos y por cumplir. Empiezo el año dejándome guiar; empiezo el año enamorada, con el corazón dispuesto y la ventaba abierta.

Aún me quedan un par de horas del primer día, sigo en la cama, echándole un vistazo a la tele y escribiendo. Esperando que sea casi la hora de su llegada y preparar la cena. Sabiendo que terminaré el primer día del primer mes del año como lo inicié: Amándolo. Un poquito más.