domingo, 26 de diciembre de 2010

Fotografías

Cubrió la noche, y el frío, con fotografías. Fotografías que fueron el mejor presente que pudo haber soñado. Fotografías con personajes que hoy parecen tan lejanos, tan extraños, tan ausentes.

Tirados, sobre la mesa, yacen esos rostros irreales. Irreales porque el amor que vivieron sólo cabe en lo fantástico. Su amor era de otro mundo: el de ellos. Ese intenso amor que se construyeron en medio de la castrante rutina. Ese consuelo que encontraron dentro del otro cuando sus corazones estaban rotos, deshechos, buscando ansiosamente algo o alguien que les dijera que valía la pena existir y despertar cada día. Nunca fueron almas gemelas, fueron una sola.

Pero esta noche, en esas fotografías, ya no se ve el amor. Esta noche se ve borrosa. Esta noche el dolor es incesante. Tanto, que hiela, que petrifica el alma. Esta noche ya no siente.

Esta noche no hay nada más que decir. Esta noche sólo está viendo fotografías.

sábado, 18 de diciembre de 2010

A ella

Cada día y a la misma hora, llegaba. Abría tímidamente la puerta para encontrarse con su silueta. Ahí estaba ella: Sentada, entre papeles y números, con la mirada fija en la pantalla.

Él solía visitar a un amigo, aunque últimamente las visitas eran más frecuentes y el motivo principal no era el dichoso amigo. Diariamente desviaba su camino algunas cuadras sólo para estar cinco o diez minutos ante su presencia. Estar a su lado, sin hablar, sintiéndola tan cerca, tan de él. Eran minutos en los que un "buenos días" y un "hasta luego" se convertían en un "te amo" secreto, un "te amo" en silencio.

Aquel día fue a despedir al amigo que se disponía a tomar unos días de vacaciones. Parado en la puerta, a punto de marcharse, pidió a su amigo le trajera algo.

-¿Algo? ¿Cómo qué?, preguntó el amigo.

Y él, con la mirada perdida en ella, susurrando respondió:

-A ella.

Y ella, sentada, entre papeles y números, con la mirada fija en la pantalla, sonrió.

sábado, 11 de diciembre de 2010

Cuando quiero sol

En la oscuridad, lo esperaba. Era un jueves por la noche. Hacía ya tiempo que esperarlo era una eternidad y esa noche los minutos caminaban aún más lento. Sentada, leía, mas no se concentraba: En la mente repasaba sus manos, su espalda, sus besos. Sonreía. Y el reloj no avanzaba. De pronto, en el viejo radio que adornaba la sala, sonó una canción. La canción, su canción. Aquella con la que, en una noche de lluvia, juró amarla por siempre.

Corrió al teléfono, sus dedos temblorosos marcaron de memoria el número. No dijo nada, sólo dejó que la linda melodía hiciera lo suyo. Traviesa, sonreía, no reparó en que la puerta se abrió, ni en que él entraba de puntitas, cómplice, sonriendo, con esos hermosos ojos verdes enamorados.

Caminó hacia ella, dejó el teléfono. La tomó por la cintura y la giró acercándola a él. Se encontró con los mismos ojos enamorados, de miel y, en ese momento, cristalinos. Bailaron, y se abrazaron tan fuerte que los latidos de sus corazones se hicieron uno solo. La besó y, con sus manos grandes, le acarició el cabello, la cara. La besó otra vez, la miró fijamente, quedándose en sus ojos. Y con esa voz que abrazaba le preguntó por qué lloraba.

No pudo contestar, no salió palabra alguna de su boca. Pero sus ojos cristalinos entregados a él y su cuerpo tembloroso, cantaban: “Estás a mi lado, cuando llueve en mí, cuando quiero sol... cuando quiero sol.”


domingo, 5 de diciembre de 2010

De sonrisas

Tenía la tonta y hermosa costumbre de mirarme mientras me alejaba. Entonces, cuando su mirada me hacía voltear, levantaba la mano y, con una gran sonrisa, la agitaba despidiéndose. Ahí residía el problema, en la gran sonrisa.

Todos los días, al llegar, lo primero que veía era esa sonrisa. Al principio, era un bonito "buenos días". Después, y sin darme cuenta cómo, se convirtió en una especie de necesidad. Era llegar buscando esa sonrisa. Era ir pensando esa sonrisa. Era despertar imaginando esa sonrisa. Era dormir soñando esa sonrisa. Era vivir por esa sonrisa.

Pero sólo sonreía. Y me miraba. Y con los ojos gritaba que me quería. Yo también sonreía, y también lo miraba y, con mis ojos, le gritaba dijera que me quería. Nunca lo hizo.

Uno de esos días de sonrisas, me dijo que no se acercaba porque sabía bien que perdería la cabeza por mí. Le respondí que no se preocupara, que yo le ayudaría a encontrarla.

¿Saben que hizo? Pues sí, sonrió.

sábado, 27 de noviembre de 2010

Estaba


Me dejé caer sobre la cama, boca abajo y apretando las manos. No sé si era el frío, o era yo, que quería reducirme a mi mínima expresión. Sonaba "Good Vibrations", no lo elegí yo, el reproductor estaba random. Así, como mi vida.

Ahí, en medio de la rutina, todo mi mundo giró. En ese momento, en el que mi cuerpo estaba inmóvil, congelado, mi mente recorría caminos desconocidos y recordaba los ya bastante conocidos. De pronto, me perdí. No me vi, no me sentí. Desde adentro, empecé a buscarme. Me observaba, me vigilaba, me descifraba. Trataba, sin resultados, deshacerme en pequeños pedazos para ver si así, me encontraba. Nada.

Se me ocurrió buscar en el pasado, quizá así lograría mover algún recuerdo que me hiciera regresar. Quizá, ahí, entre tantos caminos equivocados y sin retorno, podría existir algo que me hiciera sentir de nuevo. Sin suerte, me aventuré hacia uno de los caminos desconocidos, quizá algo habría en ellos que me diera esperanza. Quizá, en lo aún no recorrido, encontraba razones para querer recorrerlos. Nada. No me encontraba.

Entonces comprendí: No quería encontrarme. En ese momento, yo, simplemente estaba. Y, a veces, estar ya es bastante.


jueves, 25 de noviembre de 2010

Llovía

Se detuvo a mi lado, también miraba la lluvia. Lo vi cuando levanté la vista y me di cuenta que llovía. Ya lo esperaba, las gotitas empezaban a caer en el pedazo de hoja que encontré para escribir, por eso me senté en la orilla de esa ventana. Seguía estando afuera, seguía sintiendo el viento en mi cara, seguía escribiendo y, si llovía, podría ver la lluvia, así, como en ese momento, cuando él apareció.

Respiré hondo. Disfruté el olor que me regalaba la lluvia sobre la tierra. Sentí el aire frío en mis mejillas, y podía imaginar, ya, la punta de mi nariz roja. Era el momento perfecto para detenerlo, para que él apareciera.

Levanté la vista, llovía. Él ya estaba a mi lado, contemplaba la lluvia, disfrutaba. Dio la vuelta, como si fuera a marcharse. Lo vi de reojo, regresé a mi hoja. Escuché sus zapatos rechinar cuando daba la vuelta para regresar y detenerse otra vez a mi lado.

Levanté mi cara, me quedé viendo la lluvia, esperándolo. Tímidamente estiró su mano, dejó que las gotitas de lluvia lo acariciaran. Guardó la mano en uno de sus bolsillos, y se acercó.

-¿Escribes?
-Trato.
-¿Me voy?
-No.
-Me gusta.
-¿Que escriba?
-No, la lluvia. Bueno, también.
-A mí también.
-¿Escribir?
-No, la lluvia.
-¿Qué escribes?
-Mi vida.
-¿Te ayudo?

viernes, 19 de noviembre de 2010

De esas noches

De esas noches en las que con la mirada me abrazas.
De esas noches en las que divertido me buscas y sonrojada me encuentras.
De esas noches en las que me subes al cielo entre tu voz.
De esas noches en las que te conviertes en esperanza.
De esas noches en las que vuelo a tus brazos.
De esas noches que no deberían acabarse.
De esas noches que sólo eres palabras.
De esas noches que tus ojos.
De esas noches que tus labios.
De esas noches que tu corazón.
De esas noches que nosotros.
De esas noches que tú.
De esas noches que yo, sin ti.

jueves, 18 de noviembre de 2010

¿Vienes?

Desde lejos la saludó. Ella ya lo había visto. La sonrisa en su rostro y el salto en su pecho le avisaron casi al mismo tiempo que sus ojos. Emocionada, agradecía el haber llegado temprano esta vez y verlo, hablar, aunque sólo fuera algunos minutos.

Sonriente, nerviosa, palpitante, siguió caminando. Él la miraba, la esperaba, le sonreía mientras abría los brazos. Sus pasos se apresuraban casi al ritmo de sus latidos. Llevaba esa sonrisa amplia, franca, amorosa, esa sonrisa que sólo era para él.

Por fin llegó. Lo abrazó, le besó la mejilla, entregándole en ese beso un poquito del amor que por sus poros escapaba. Él también la abrazó, la besó, le sonrió y le dijo:

-Mañana es cumpleaños de mi novia, ¿vienes?

viernes, 12 de noviembre de 2010

Yo niña

Tú siempre de cabello corto, me dijo. Y sí, yo siempre de cabello corto. Y yo siempre con mi mala memoria.

Hace unos días, un amigo de la primaria me contactó, el medio no importa, ya todos somos tecnología. En fin, me encontró, nos dio gusto a ambos, empezamos a platicar y... tómala: Que no recuerdo nada, o bueno, casi nada. O bueno, un poquito. El caso es que el hombre tiene tantos recuerdos de aquellos años, y yo no. Casi no recuerdo mi niñez. Sí, una verdadera pena.

Resulta que fui una niña muy seria, casi no hablaba, ni siquiera me movía del mesabanco. Tanto así, que recuerdo claramente una vez que lo hice: Me levanté, me asomé a la ventana y rápidamente me regresé a mi lugar, ante el asombro de mis compañeros. Fui una niña muy obediente, nunca me quitaba el súeter, así tuviera calor. Cumplía siempre con todas mis tareas. Sí, era una niña muy aburrida.

No sé que hacía cuando era niña. Recuerdo que jugaba a la maestra: Hacía examenes, los contestaba y los calificaba, sola. Me gustaba sentarme en la mesa rodeado de libros, cuadernos, me sentía importante al verme llena de responsabilidades y tareas pendientes. También jugaba con barbies, paseaba en bicicleta, y siempre leía. Lo que hubiera. Cuando mi madre podía, me compraba cuentos y cuando llegaba el libro de lecturas, lo devoraba. Recuerdo el fragmento del cuento "Es que somos muy pobres", o el poema "Amo el canto del cenzontle" o la canción de "El piojo y la pulga". El año escolar apenas comenzaba y ya yo había terminado el libro.

Fui una niña muy tímida e insegura, aún llevo mucho de esa niña en mí. Mi psicóloga interior me ha llevado a preguntarme muchas veces que es lo que me llevó a ser de esa manera, pero no le encuentro explicación lógica, crecí en el seno de una familia unida y rodeada de amor. No hay explicación, es simple, una ya nace así: Insegura, tímida. Con el corazón triste, pues.

Y ya. Es que no recuerda nada, o bueno, casi nada. O bueno, un poquito.

sábado, 6 de noviembre de 2010

Palabras

Entonces, pienso.
En las palabras.
Las mías,
las que son tuyas.

Cuántas palabras te he regalado,
cuántos besos disfrazados de palabras.
Cuántas palabras heridas has dejado,
cuántas palabras he desperdiciado.

Pero las palabras no se desperdician.
Están ahí, esperando.
Ser lágrimas, ser besos.
Dejar de ser ausencia,
esperando ser amor.

Tocarte

Me acerco,
me aventuro a tocarte.
Busco tu espalda,
me detengo: De pronto te has movido.

Inclinado, escribes.
Me escribe, pienso.
Retrocedo y escribo.
Te escribo.
Te convierto en letra, te aprisiono entre ellas.
Al fin puedo tocarte.

miércoles, 3 de noviembre de 2010

El examen

No estudié. No tenía ganas, así de sencillo. Hacía calor, mucho. Es noviembre, otoño, y acá, condición Santana. Llegué al salón, me senté, fingí buscar mis hojas para estudiar, pero no pude. La plática se centraba en la promesa de uno de mis amigos de prepararnos lasaña. Claro, preferí opinar del tema y dejé a un lado las dichosas hojas.

De pronto, la puerta se abrió. Entro él. Saludó y se sentó en el lugar vacío que estaba casi a mi lado. Error. Jamás debió hacer eso. Entró el maestro, repartió exámenes, y valí.

Empecé a contestar el examen, quiero decir, intenté contestar el examen. Nada, no recordaba nada. Peor, lo único que tenía en mi cabeza, o en mis ojos, era él. Sólo podía pensar en sus manos, y... ¿cómo se le ocurrió ponerse ese pantalón? Barbaridad. Y el reloj, maldito reloj. Le estorbaba, se lo quitó. Como si al quitárselo se liberara, y yo, con suspiros, lo atrapara.

Mi mente no descansaba, daba vueltas, todas alrededor de él. Me paseaba entre sus manos, su cabeza, sus piernas, su espalda. No lograba detenerse, por el contrario, se elevaba, cada vez volaba más. Los números en esa hoja blanca se convertían en letras, todas para él. ¿Pero quién era él? Nadie. Sólo un hombre a quién le escribía con el cuerpo. Sólo un hombre que me distrae mientras intento contestar un examen. A buena hora se le ocurrió llegar, a bueno hora se me ocurrió no estudiar.

Terminé el examen, o bueno, el intento de respuestas del examen. Al tiempo que lo entregaba llegaba a las conclusiones del día: 1. Que ya tenía una nueva entrada en mi blog y 2. Claro, que voy a reprobar.

¿Cómo? ¿Esperaban conclusión acerca de él? No, él aún no es conclusión.

domingo, 24 de octubre de 2010

No es miedo, es precaución

Resulta que, no me gustan las montañas rusas, ni las casas del terror. Es más, me dan miedo. Una vez, en Six Flags, estando ya en el carrito de la montaña rusa, me bajé. Hecha un manojo de nervios, le dije al encargado que mejor me bajaba, el tipo me vio y me dijo: "Sí, mejor bájate. " Y las casas del terror, no, definitivamente no. Es claustrofobia combinada con el miedo a lo desconocido. O a lo conocido, sé que me van a asustar, pero no sé cuándo ni cómo. No, eso no es lo mío. Sí, soy una miedosa.

Claro que no me he quedado con las ganas, sí he subido a montañas rusas. Y he gritado como no tienen una idea. Y he temblado más. Y he dejado casi sin circulación el brazo de la persona más cercana, porque de algo me tengo que agarrar. No lo disfruto, no siento la adrenalina correr por mis venas. Ni madres. Lo que siento es que se me sale el pobre corazón. Siento que me muero. Y no es bonito. También he entrado a casas del terror, es de-ses-pe-rante, totalmente desesperante. Es entrar y querer salir inmediatamente. Soy una nena, lo sé. Pero qué necesidad de estar sufriendo y, peor, pagar porque me hagan sufrir, no, gracias. Y claro, tampoco me gustan las películas de terror, aparte son malísimas, salvo contadas excepciones que ahora no me vienen a la mente.

El caso es que ayer hubo montaña rusa, hubo casa del terror y no me subí ni entré. Lo curioso es que la gente con la que voy se preocupa, y creen que por no subirme, me aburro. Pero no, afortunadamente ayer había otra clase de distracciones y diversiones, con las que pude entretenerme. No me aburrí, al contrario, el día estuvo excelente. Me dicen que me suba y que venza mi miedo, ¿qué necesidad de andar venciendo miedos? Yo así vivo feliz. Digo, no es como que no pueda vivir si no lo venzo. Sí, estoy en la etapa de negación. Quizá algún día trate de vencerlo, quizá. Por lo pronto, no me importa ser una nena.

Es sencillo: Si me subo, sufro. Si no me subo, no sufro. Y si no sufro, soy feliz. Entonces, abajito y afuera, me quedo.

viernes, 22 de octubre de 2010

La fila

Estaba en una fila, esperaba. Y mientras esperaba, escribía. Sin pretensiones, sólo escribía. Aquí mis pensamientos. Tiene formato de tuit, la costumbre, quizá.

*Ese hombre lleva la culpa en los ojos.

*Cuentan que esperaba. Así nomás, esperaba.

*Y mientras esperaba, las abejas. Alrededor. Ensimismadas. Como ellos, como ella.

*Pero ella los engañaba. Ella observaba, escuchaba, olía. Y escribía.

*Varias veces revisó su cuello. Las abejas. Mientras pasaba la mano, las miraba, como amenazando. En realidad, agradecía.

*Calló tanto que perdió la voz. Una noche la encontró, temerosa, juntito al corazón.

*Querían convertirse en uno, pero no podían: hacía mucho que ése corazón hablaba.

*Ya olvidé tu voz. A veces, recuerdo tu perfume.

*Nunca me ha importado esperar. Siempre hay gente que hace divertida una fila. O tediosa. Da igual, yo sólo observo y escribo.

*Escribo. Y pienso. Imagino. Vuelo. De repente, levanto la mirada y ahí está: El amor de mi vida.

*Y aún con eso en la mente, no dejo de escribir. Y no, no levanto la mirada.

*Una chica sueña, una mujer me observa, una pareja juega.

*Me pregunto si aquí podré escribir.

*Y de pronto lo recuerdo: el otoño. Como si tanto cielo gris y tanta nostalgia no lo gritaran, llegan las hojas.

*Y visten de café y marrón el pasto. Aquí no puedo tomar fotos.

*¿Sientes? Es el viento. Mi amante, el viento. Acariciándome. Llevándome con él.

*En algún momento, levanto la mirada. Y luego, él, yo, desvía, desvío. Otra vez. Él, yo, desvía, escribo.

*Las miradas siempre me quedan lejos.

*Y todo este tiempo, él.

*Un hombre llamó, avanzamos. No he comido. Ya no llegué a mi clase.

*El autobús que tengo enfrente y que está de lado. Lleno. Me hace recordar que me gusta leer en el parabrisas, el destino hacia dónde se dirigen.

*Necesito un teléfono con Internet.

*Saldo de la fila: Hombres guapos, 4. Muchachitas de voz chillante, 2. Parejas jugando con el iPhone, 1. Miradas encontradas y desviadas, 2. Policías que rieron conmigo, 1. Mujer desesperada y aburrida, 0. Mujer escribiendo, 1. Personas preguntándose qué tanto escribo, 0.

*Hay cielos por los que vale la pena levantar la mirada.

*Adentro: Casi tiro un cuadro, una niña juega "piedra, papel o tijera", y el sol, el sol desde aquí se ve hermoso. Ah, ya hablé.

*¡¿Toman foto?!

*Y pensar que me pude haber peinado.

*Las filas se hicieron para escribir.

*Ya no espero.

*En algún momento sentí nervios, luego coraje, al final alivio. Después regresó el hambre.

*Ya no escribo.

jueves, 14 de octubre de 2010

Sucedió.

"No tengo miedo, lo que tenga que ser,
que así sea."

Sucede que no concilio el sueño.
Sucede que mañana voy a llorar.
Sucede que el tiempo se agota.
Sucede que voy a extrañar.
Sucede que hago muchas cosas estúpidas.
Sucede que hoy me faltaron dos pesos.
Sucede que ayer te pensé.
Sucede que estoy celosa.
Sucede que no estoy pensando.
Sucede que tengo hambre.
Sucede que el reloj sigue avanzando.
Sucede que creo que te quiero.
Sucede que no es amor, es soledad.
Sucede que esta química me está matando.
Sucede que ya me voy.
Sucede que fueron seis años.
Sucede que no conozco esa canción.
Sucede que debo dormir.
Sucede que te necesito tanto.
Sucede que me voy a arrepentir.
Sucede que hoy encontré paz.
Sucede que no es cierto que doy menos.
Sucede que al principio, sí.
Sucede que te soñé.
Sucede que no te espero.
Sucede que tengo la esperanza de encontrarte.
Sucede que nunca es suficiente.
Sucede que él no es.
Sucede que soy una romántica.
Sucede que soy muy práctica.
Sucede que me voy a quedar con la duda.
Sucede que no sé cuánto tiempo llevo aquí.
Sucede que no quiero saber.
Sucede que no quiero dormir.
Sucede que no entiendo.
Sucede que no quiero hacer ruido.
Sucede que niego más de lo que afirmo.
Sucede que ya es hora.
Sucede que no tengo fuerza de voluntad.
Sucede que soy más vulnerable de lo que pensé.
Sucede que aún no me gusta cocinar.
Sucede que sí tengo miedo.



martes, 28 de septiembre de 2010

Ese día

Hay días en los que una no debería atreverse a escribir. Hoy es uno de ellos.


Desperté tarde, aunque eso no es novedad. Quizá lo nuevo era el cansancio. El hartazgo que tan temprano me llenaba y no me permitía levantarme. A regañadientes lo hice a un lado, aunque no estoy muy segura de quién regañaba a quién. En fin, levantarme de esa cama fue un verdadero milagro. Sí, los milagros existen. Y aquí estoy.

Aunque no entiendo por qué. ¿Estoy? ¿En verdad estoy? Porque no sé si un saco de huesos y carne aventado en un sillón pueda estar o, mejor dicho, ser. ¿Soy? No me queda claro que estoy siendo. Ni qué estoy haciendo. Es más, viene a mi mente aquella tarde de café con dos de mis más queridas y entrañables amigas (a quiénes conozco desde la adolescencia), en la que en algún momento y por razones que desconozco terminé preguntando para qué era buena, cuál era mi talento, y ninguna de las tres supimos qué contestar. Sigo igual. No sé para que soy buena. No sé si soy, no sé si algun día seré.

Están los números. Pero, ¿por qué los números? ¿Me gustan los números? ¿Y si me equivoqué? Sí, me equivoqué. Pero para lo otro tampoco sirvo. ¿Qué es lo otro? ¡Ojalá supiera qué es lo otro! Estoy harta... ese trabajo. Necesito algo diferente, nuevo, emocionante. ¿Y si dejo todo? ¿Y si abandono todo? Voy a dejar todo, abandonar todo, absolutamente todo. Qué me importa la vida. Voy a entregarme, voy a vivir... ¿Y si mejor me duermo? Es que... mis ojos, muero de sueño.

No, lo que yo necesito es un chocolate. Quiero un chocolate. ¡Exijo un chocolate! ¿La dieta? ¿Cuál dieta? ¿Me importa la dieta? Chocolate, chocolate. ¿Qué es eso? ¡¿Una espinilla?! Genial, ya tengo pretexto físico para culpar a la adolescencia tardía de mi indecisión y mi falta de cordura. ¡Chocolateee! No, mejor el chocolate no. La dieta. No puedo comer chocolate. Ni nada. No puedo comer nada... los cachetes. Sí, se notan... más. Pero... ¡necesito un chocolate! Sí, qué rico chocolate.

Adiós chocolate. ¿Y ahora? ¿Si no soy? ¿Y si nadie me es? ¿Y si no me caso? ¿Quiero casarme? No, yo no quiero casarme. ¿O sí? ¿Para qué? Nunca nadie me va a querer, nunca nadie me va a entender. Estoy sola. SO-LA. Esto no tiene sentido alguno. No entiendo porqué desperté.

¡¿Y ahora qué?! ¿Qué es eso? Suficiente dolor tengo en el pecho como para sentirlo también en el vientre. Duele. Eso parece un cólico. ¿Es un cólico? ¿Por qué tengo cólicos? Maldita sea, ¿qué día es hoy?

Claro, hoy. Hoy es ese día, de esa semana, de cada mes. Pff, y yo que por poco abandono todo.



domingo, 19 de septiembre de 2010

De tazas y de amor

“Una taza sobre la mesa que sostiene su recuerdo entre sus manos; un nombre sobre la sombra del viento; un adiós.”

Me gustan las tazas. Grandes, cálidas. Tazas con café, tazas con amigos, tazas con historias.

Entre tazas y rehiletes, conversábamos. De encuentros, de sentimientos, de casualidades, de amor. Ella, N., fue quien escribió la frase inicial. Y ella fue quién me dijo: “Es que yo estoy muy enamorada y quiero que todos tengan amor.” Lo dijo con esos ojos tan llenos de luz y tan poco comunes, que cuando se ven, se agradecen. Recalcó: “ Yo creo que tienes el amor muy cerca, sólo que no te has dado cuenta. Deseo que tengas mucho amor.” Sonreí.

¿El amor cerca? No lo sé. Antes del verano, a la palabra “amor” y más aún, al sentimiento, no les hacía mucho caso. Ahí, en dónde va el amor, había indiferencia y negación. Pero siempre hay alguien que llega para recordarnos que lo que tenemos en el pecho se llama corazón. Corazón que late, corazón que vive. Ése alguien llegó en forma de palabras, de canciones, de risas, de detalles. Y le abracé. Y le quise. Y le dije adiós. Porque la distancia sí es barrera, porque todos los días se quiere y se deja de querer. Porque vivimos.

Termino el verano con un libro, una libreta roja y sentimientos hermosos. Lo termino agradeciendo. Termino el verano dándome cuenta que sí, que sí quiero amor. Que ya me cansé de no esperar. Que es hermoso estar enamorada. Que el adiós duele, pero a veces es necesario. Que te estoy buscando, amor.

Sí, termina el verano, pero lo que yo realmente espero, es el otoño.

lunes, 13 de septiembre de 2010

Cinco minutos más

"Please don't wake me, no
don't shake me
leave me where I am
I'm only sleeping."


Pocas cosas tan placenteras como cinco minutos más de sueño. Ah, ésa sensación.

Sucede que cada mañana exprimo, hasta el final, los dichosos cinco minutos. Me despierta una melodía bastante ruidosa para mi gusto por las mañanas silenciosas, pero lo suficiente para lograr despertar, estirar la mano, apagar la alarma y decirme con total compasión: Cinco minutos más.

Me hablo con tal cariño y con tal benevolencia, que me convenzo. Con frecuencia se convierten en quince, veinte, treinta y... ¡córrele! Pero cada segundo los vale.

Claro, nadie me entiende. No pueden entender el placer que encuentro en permanecer un momento más abrazada a mi almohada, enredada en mis sábanas, jugando a que no me importa que el mundo se acabe. No saben, en lo absoluto, como disfruto, saboreo, vivo, mis sagrados cinco minutos más de sueño.

Vengo y digo, ¿qué tan difícil es entender que sólo estoy durmiendo?

Cuentito

“¡Chamacaaa!” Y la chamaca subió corriendo, temblando, brincando de dos en dos los escalones para estar enfrente de su madre, antes que la última vocal del grito dejara de sonar. Es que, Doña Lola, sólo llamaba una vez.

Desde que el padre se fue, a la pobre y atormentada mujer no le había quedado más remedio que sacar adelante la enorme casa y la pequeña hija. Para la chamaca, los días pasaban entre gallineros, gritos, gatos, golpes y sapos. La madre no era mala, sino que había que meter en cintura a esa niña. O desquitar ese coraje hacia la vida en algún lado. Pobre chamaca, no era feliz, al menos no en ésos momentos.

La chamaca era feliz cuando jugaba entre las azaleas, los rosales y la fuente. Jugaba con sapos. Los tomaba de las patitas y cantaba: "Un, dos, tres, sapito va a crecer." Y sapito, crecía y crecía, hasta inflarse casi a punto de reventar. Ese día, la chamaca jugaba con un sapito. Cuando escuchó el llamado de su madre, el sapito cayó rodando y la chamaca, la chamaca se fue llorando.

miércoles, 8 de septiembre de 2010

Diferencia

Hoy es de esos días en los que no he dicho más de veinte palabras y ya llegué a una conclusión: La diferencia entre mis compañeros de trabajo y yo, estriba en que yo no corro.

No, yo no corro. Cuando llego a la oficina, camino lenta y cadenciosamente desde el lugar en donde estaciono mi carro hasta la puerta de la oficina. Y no es a propósito. Es sólo que debo aprovechar esos cinco minutos de nubes grises y de aire fresco, antes de sólo ver el cielo desde la ventana y sentir el aire (helado) del aire acondicionado. Cinco minutos para mí, en silencio, sólo interrumpidos por uno o dos 'buenos días'. Camino, con jugo verde en mano, acariciada por el aire, con los pensamientos lejos de mí y con una sonrisa traviesa dibujada en la cara.

Y es que, ¿para qué corro? De cualquier manera, ya llegué tarde.

martes, 7 de septiembre de 2010

Ex

Hoy recordé a ex.

Recordé que me dolió. Pero no me dolió su partida. Tampoco su ausencia. Ni las mentiras. No me dolió la soledad. Ni que se haya llevado mis besos, mis caricias, mi esperanza. ¿Las promesas rotas? Nada. No me dolieron sus ojos, ni sus manos. Ni siquiera el hecho de que él sí supo qué hacer con su vida, mientras yo aún no sé en dónde estoy parada. No, eso no me dolió.

Lo que realmente me dolió fue la canción. Sí, la canción. Nuestra canción, de nosotros. Su canción, de ellos. ¡La misma canción!

Qué falta de creatividad, caray.

lunes, 6 de septiembre de 2010

El primer post

No, no es el primero, pero debió serlo. Los nervios, la emoción, el miedo, a fin de cuentas algún sentimiento, me hizo brincarme el primero. Pero aquí estoy.

Y lo primero del primero es agradecer a C., por la libreta roja, por todo. Él lo sugirió, escuché y le hice caso: Lo estoy intentando. ¿Qué intento? Exactamente no lo sé. Quizá intento decir algo. Quizá intento callar. Tal vez necesito un pasatiempo. O, muy probablemente, un desahogo. Lo cierto es que decidí escribir porque me gusta. Así, simple y sencillo, como yo. Y empiezo a hacerlo en un momento de fragilidad, de nostalgia y sobre todo de confusión. Cubro los requisitos, ¿cierto?

Me gustaria que me leyeran, desde luego. Trataré de no hacerlo tan mal. Desconozco si volveré a escribir o la frecuencia con que lo haga. La intención la tengo y, por ahora, eso me basta.

viernes, 3 de septiembre de 2010

El hueco


Lo jodido de enamorarse y desenamorarse es el hueco. Sí, ese hueco que sin más desaparece y sin más regresa. Sería muy aventurado afirmar en dónde está, porque, claro, nunca lo he visto, pero a juzgar por lo que he sentido, creo que está entre el corazón y el estómago. O por ahí.

A decir verdad había olvidado que vivía en mí, lo tenía bastante ignorado. O quizá el muy sinvergüenza sólo se escondía y esperaba el momento en el que más enamorada estuviera para asomarse y decirme: "¡Éjele! Aquí estoy". Y, pues sí, ahí está. En el mismo lugar y con la misma gente. Resulta que otra vez pasó y, ayer, rodeada de gente, justo a la hora de la comida y entre risas, me di cuenta que ahí estaba. Tan hondo, tan él. Como si no se hubiera ido nunca, al contrario, se sentía como en casa, el desgraciado.

No sé cuanto tiempo estará aquí, tampoco sé si estará paseando entre mis recuerdos o entre mis presentes, por eso es que creo que lo mejor sería aprender a quererlo. Sí, quererlo. Así, cuando me enamore, nos alejaremos, pero sólo para darnos un tiempo y no caer en la rutina. Luego, al desenamorarme, lo buscaré y empezaremos como la primera vez: Ilusionados, disfrutándonos, compartiendo cada canción, cada lágrima, cada maldición.

Así es que, con su permiso, tengo un hueco a quien querer.

jueves, 2 de septiembre de 2010

Lo que me gustaba

A mí lo que me gustaba era verlo escribir. Sentado, con la cara muy cerquita de la libreta, escribía. Absorto en sus pensamientos, esa pluma parecía bailar. Yo disfrutaba, veía sus manos moverse al compás de las letras.

Era su expresión. Su mirada sonreía al escribir, yo lo observaba, detenidamente. Lo escudriñaba de tal forma que casi podía descubrirme. Aunque estoy segura que lo sabía, por eso sonreía.

Y entonces empezaba a imaginar. Me inventaba historias con su mirada y con su sonrisa. Y con sus manos. Quizá escribía de mí, quizá escribía de él, de nosotros, de ellos. Quizá era una carta de amor, o los deberes del día siguiente, la sonrisa nunca desaparecía. Y a mí, lo que me gustaba, era verlo sonreír.