Lo jodido de enamorarse y desenamorarse es el hueco. Sí, ese hueco que sin más desaparece y sin más regresa. Sería muy aventurado afirmar en dónde está, porque, claro, nunca lo he visto, pero a juzgar por lo que he sentido, creo que está entre el corazón y el estómago. O por ahí.
A decir verdad había olvidado que vivía en mí, lo tenía bastante ignorado. O quizá el muy sinvergüenza sólo se escondía y esperaba el momento en el que más enamorada estuviera para asomarse y decirme: "¡Éjele! Aquí estoy". Y, pues sí, ahí está. En el mismo lugar y con la misma gente. Resulta que otra vez pasó y, ayer, rodeada de gente, justo a la hora de la comida y entre risas, me di cuenta que ahí estaba. Tan hondo, tan él. Como si no se hubiera ido nunca, al contrario, se sentía como en casa, el desgraciado.
No sé cuanto tiempo estará aquí, tampoco sé si estará paseando entre mis recuerdos o entre mis presentes, por eso es que creo que lo mejor sería aprender a quererlo. Sí, quererlo. Así, cuando me enamore, nos alejaremos, pero sólo para darnos un tiempo y no caer en la rutina. Luego, al desenamorarme, lo buscaré y empezaremos como la primera vez: Ilusionados, disfrutándonos, compartiendo cada canción, cada lágrima, cada maldición.
Así es que, con su permiso, tengo un hueco a quien querer.
No hay comentarios:
Publicar un comentario