“Una taza sobre la mesa que sostiene su recuerdo entre sus manos; un nombre sobre la sombra del viento; un adiós.”
Me gustan las tazas. Grandes, cálidas. Tazas con café, tazas con amigos, tazas con historias.
Entre tazas y rehiletes, conversábamos. De encuentros, de sentimientos, de casualidades, de amor. Ella, N., fue quien escribió la frase inicial. Y ella fue quién me dijo: “Es que yo estoy muy enamorada y quiero que todos tengan amor.” Lo dijo con esos ojos tan llenos de luz y tan poco comunes, que cuando se ven, se agradecen. Recalcó: “ Yo creo que tienes el amor muy cerca, sólo que no te has dado cuenta. Deseo que tengas mucho amor.” Sonreí.
¿El amor cerca? No lo sé. Antes del verano, a la palabra “amor” y más aún, al sentimiento, no les hacía mucho caso. Ahí, en dónde va el amor, había indiferencia y negación. Pero siempre hay alguien que llega para recordarnos que lo que tenemos en el pecho se llama corazón. Corazón que late, corazón que vive. Ése alguien llegó en forma de palabras, de canciones, de risas, de detalles. Y le abracé. Y le quise. Y le dije adiós. Porque la distancia sí es barrera, porque todos los días se quiere y se deja de querer. Porque vivimos.
Termino el verano con un libro, una libreta roja y sentimientos hermosos. Lo termino agradeciendo. Termino el verano dándome cuenta que sí, que sí quiero amor. Que ya me cansé de no esperar. Que es hermoso estar enamorada. Que el adiós duele, pero a veces es necesario. Que te estoy buscando, amor.
Sí, termina el verano, pero lo que yo realmente espero, es el otoño.
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