sábado, 30 de abril de 2011

Mi árbol

Este no es un simple cuento. Es el cuento de mi árbol, el árbol al que amo.

El día que me enamoró vestía de anaranjado. El color de mi cielo favorito: el de la tarde que agoniza. El muy bribón parecía haber leído mis pensamientos, o mi libreta. Sabía de mi debilidad por el caer de las hojas, y sabía que era tan frágil como para caer rendida ante él. Fue imposible resistir, ahí estaba él: Firme, decidido.

Yo amaba el caer de sus hojas, él no. El sólo hecho de pensar en sus ramas desnudas le asustaba. Perder sus hojas era síntoma de fragilidad y él era un árbol fuerte. Muy a pesar suyo mostraba sus ramas, su interior. Prefería vestirse de verde, verse vigoroso. Era él un árbol vanidoso, pues. Era el árbol fuerte que robaba miradas. Aún así le costó un poco captar mi atención. Tuvo que esperar la llegada del otoño para que lo viera. Y lo vi. Y me enamoré.

Desde el primer día, cada mañana, le regalaba una sonrisa. Él miraba a lo lejos, esperando a que apareciera. Cuando veía mi silueta, se paraba derechito, preparaba sus hojas y desprendía una para que supiera que lo había visto. Era la fotografía más bella. Por un instante éramos realmente felices.

De pronto un día, y sin saber exactamente cómo, no lo miré. Lo olvidé, pasé de largo. Estaba ya entre números cuando de pronto lo recordé. Sentí un vacío llamado rutina. ¿Cómo pude haberlo olvidado? Peor aún, ¿cómo pude caminar frente a él y ni siquiera mirarlo? Era tanto mi amor, estaba tan segura que era mío que lo había olvidado. Así, sin adornos, sin palabras bonitas: Lo olvidé.

Al día siguiente me detuve frente a él. Estuve cierto lapso de tiempo sólo contemplándolo. Le pedí perdón. Me abrazó. Y dijo que a todos nos pasa, que a veces vivimos muy a prisa. Que si le regalaba una sonrisa y hablaba de él todo estaría olvidado.

Por eso estoy aquí, hablando de él. Porque un día olvidé a mi árbol, el árbol del que una mañana me enamoré. Otra vez.



sábado, 23 de abril de 2011

La mujer más optimista del mundo

Sucedió que tal día salí de un lugar. Me dirigí a la calle 9 para tomar el autobús. Llegué al semáforo, esperé a que la luz verde con el monito caminando apareciera y crucé. Apenas toqué la banqueta y el autobús llegó.

Subí, busqué un asiento mientras me regañaba porque el maldito MP3 no tenía carga y tendría que escuchar durante una eternidad (diez minutos) a la señora que desde la parada ya contaba: "es que la Laura es una convenenciera donde le conviene..." Suspiré. Ya sentada y resignada miré al frente, un algo llamó mi atención. Estaba de una manera tan... curiosa, que no podía desviar mi mirada. Vaya, estaba tan embelesada con el algo que casi le hacía un poema y
—valga decirlo— el algo no era un hombre y yo no hago poemas.

Era la calle 13, yo seguía escudriñando a mi algo y por fin olvidaba a Laura y las conveniencias, cuando de lo más recóndito de mi memoria y como vorágine vino a mí el pensamiento: ¡Mi cosa! ¡Olvidé mi cosa! Por inercia toqué los bolsillos del pantalón al tiempo que en mi mente veía el lugar exacto en dónde había quedado. Afortunadamente el autobús se había detenido y aproveché para bajar no sin antes proferir para mí un "maldición".

Bajé, caminé a la esquina y mientras esperaba a que la luz verde con el monito caminando apareciera, dije: "Bueno, al menos voy a caminar."



domingo, 17 de abril de 2011

Destino

Tomás metió el sobre en el buzón. Llevaba en el rostro el gesto de solemnidad que el esperar una respuesta decisiva requería. Permaneció en silencio frente al buzón, respiró hondo y a modo de despedida dijo: —Bien, destino, es tu turno. Y se marchó.

Doce años después, el Padre Tomás regresaba a su pueblo natal a tomar unas pequeñas vacaciones. Estaba viendo fotografías cuando, Manuel, viejo amigo y encargado de la oficina del correo, llegó.

—No vas a creer lo que pasó, Tomás. He movido los cajones de los apartados postales, cosas de remodelación, y entre ellos apareció este sobre. Mira, es para ti.

Tomás tomó el sobre amarillento con la curiosidad con la que miraba todo. El olor a papel viejo siempre le había gustado, lo acercó para olerlo y pasó la mano sobre él. Leyó el remitente y de inmediato supo de qué se trataba. Abrió el sobre con paciencia mientras Manuel seguía, cual niño, cada uno de sus movimientos. Sacó la carta, leyó y dejó escapar una risa traviesa.

—Esto, Manuel —dijo mirando divertido a su amigo—, es una carta del destino. Es la carta en la que el destino viene a decirme doce años después que sí, que él hizo lo suyo.



Inventos

Me miró y me encontró más vieja. No dijo nada, pero lo noté en su mirada como de desconcierto. Me saludó moviendo la cabeza y balbuceando algo, le respondí casi igual. Preguntó qué pasaba y dijo que me ayudaría.

—Esto ya no tiene remedio —dijo con su voz de experto—. Mejor busquemos un taxi. Le hice caso: nunca aprendí a contrariar esa voz tan decidida. Cerré el carro, tomé mi bolso y llegué a su lado. Caminamos en silencio durante unos cinco minutos (creo) hasta que el silencio incómodo nos incomodó tanto, que tuvimos que hablar.

—Luces bien, le dije. Esa barba te viene bien. Y los lentes. No te pareces nada a lo que eras. O a quien eras. Soltó una risa burlona y moviendo la cabeza replicó: —No cambias, mujer. ¿Y quién quiere cambiar? pensé al tiempo que le mostraba una sonrisa falsa. Se le desdibujó la sonrisa y me miró fijamente, como preparándose para decir algo muy importante.

—Nunca pensé que iba a encontrarte hoy, A. Nunca pienso en encontrarte.
—Es una ciudad pequeña, G. Es prácticamente natural que nos encontremos.
—Sí, pero no así. No cuando no pienso en encontrarte. No cuando necesitas ayuda y no puedo decirte que no.
—No era necesario que te acercaras, no había notado que eras tú quien venía hacia acá (mentía, lo noté desde el otro lado de la calle). Yo no necesitaba tu ayuda.
—No es por la ayuda, A. No es porque no pueda decirte que no. Es porque no quiero encontrarte. No quiero.
—Y entonces, ¿por qué sigues aquí?
—¿Que no lo entiendes? No quiero encontrarte porque sé que al hacerlo inventaré lo que sea por quedarme.



martes, 12 de abril de 2011

Only you

Eran las ocho con diez y ella estaba lista. Con su cabello negro coquetamente peinado, de adorno su blanca piel y unos pendientes que su padre le había obsequiado junto con el vestido que esa noche portaba con elegancia nata. Cual niña, dio una vuelta y se detuvo frente al espejo por última vez regalándose una mirada complaciente mientras trataba de calmarse.

Bajó las escaleras cadenciosamente. Los invitados, uno a uno, giraban la cabeza para admirarla. Lucía radiante, esplendorosa. Por dentro temblaba, por dentro su corazón latía y no, por dentro esa escalera era el camino más largo que jamás había recorrido. Esa noche, esa esperada noche, lo vería otra vez. Después de un año de cartas y de suspiros lejanos que acortaban la distancia, hoy se encontrarían de nuevo.

Caminó entre los invitados saludando rápidamente sin prestarles atención. Les estrechaba la mano y regalaba pedazos de sonrisas que nacían sólo para él y que a todos deslumbraban. Mientras volaba entre la gente, la orquesta tocaba alegres melodías que ella tatareaba al caminar, moviendo graciosamente la cabeza y golpeteando su vestido con los dedos al compás de la música.

Un silencio, muchas voces, y de repente “Only you”. Y un estremecimiento la hizo detenerse. Entre caballeros de frac y mujeres elegantes alcanzó a ver esa nuca que tantas veces sus manos habían acariciado. Y esos cabellos chinos casi perfectamente peinados. Y conforme se acercaba, él giraba de a poquito y podía ver su perfil perfecto, su nariz chueca, sus labios grandes y... sus ojos. Los ojos más negros y más hermosos en los que se había perdido jamás.

Sus corazones se sintieron y desde que se vieron ya estaban juntos, sólo sus cuerpos se abrían paso para, por fin, ser uno. Cada paso, cada sonrisa, cada mirada, decían: “Hola, mi amor, al fin estás aquí, conmigo”.

Y se encontraron. Y no supieran cómo, pero de pronto se encontraron bailando. Y se decían, al fin, sólo tú.

Y no, esta no es una historia de amor, esta es su historia de amor. La historia de amor que nació en una canción.

Tan tan.

sábado, 9 de abril de 2011

Abismo

Sabes que soy un abismo, ¿verdad?

Y sabes que al tocarme caerás, ¿verdad?

Lo sabes, sé que lo sabes.

Sabes que al acercar tu cuerpo al mío no sabrás más de ti.

Y te perderás.

Y te buscarás infinitamente, y no te encontrarás…

… porque ya estarás en mí.



viernes, 1 de abril de 2011

Sin mí

Iba a contarte de mi vida sin ti pero entonces me encontré sin mí.

Decidida a encontrarme abrí la ventana para buscarme en el viento. En el viento que hoy no sopló. Me asomé y me vi en una piedra, en el pasto, en la banqueta, en una hoja, en la calle sin mí. Me vi entre las nubes, en el cielo gris, en la puesta del sol. En todo estaba yo sin mí.

Salí y empecé a buscarme: levanté la piedra, sacudí el pasto, me senté en la banqueta, recogí una hoja, caminé. Me busqué en la forma de una nube, en una posible gota, en un último rayo. Ningún rastro de mí.

Subí a la copa de un árbol, deshojé margaritas, olí flores amarillas y rojas y blancas. Nada, todos los colores se fueron de mí. Hablé con el mar, esperé su respuesta y sólo me devolvió su enormidad como dulce canción. Canción en la que no estaba yo.

Exhausta y afligida seguí mi camino, sin rumbo alguno. Caminé sola, como tantas veces, como siempre. Entré a un café, escuché algo que me hizo mover la cabeza y tararear. Mientras entraba, movía la cabeza y tarareaba, sucedió lo imposible, lo esperado, lo ansiado: me encontré.

Sí, ahí estaba yo, plena, radiante. Envuelta en unos ojos negros, profundos, protegidos por unas pestañas largas para que no intentara escapar. Y no escapé, ¿cómo querría escapar del lugar al que siempre pertenecí?

Cómo escapar si al fin me había encontrado en ti.