sábado, 23 de abril de 2011

La mujer más optimista del mundo

Sucedió que tal día salí de un lugar. Me dirigí a la calle 9 para tomar el autobús. Llegué al semáforo, esperé a que la luz verde con el monito caminando apareciera y crucé. Apenas toqué la banqueta y el autobús llegó.

Subí, busqué un asiento mientras me regañaba porque el maldito MP3 no tenía carga y tendría que escuchar durante una eternidad (diez minutos) a la señora que desde la parada ya contaba: "es que la Laura es una convenenciera donde le conviene..." Suspiré. Ya sentada y resignada miré al frente, un algo llamó mi atención. Estaba de una manera tan... curiosa, que no podía desviar mi mirada. Vaya, estaba tan embelesada con el algo que casi le hacía un poema y
—valga decirlo— el algo no era un hombre y yo no hago poemas.

Era la calle 13, yo seguía escudriñando a mi algo y por fin olvidaba a Laura y las conveniencias, cuando de lo más recóndito de mi memoria y como vorágine vino a mí el pensamiento: ¡Mi cosa! ¡Olvidé mi cosa! Por inercia toqué los bolsillos del pantalón al tiempo que en mi mente veía el lugar exacto en dónde había quedado. Afortunadamente el autobús se había detenido y aproveché para bajar no sin antes proferir para mí un "maldición".

Bajé, caminé a la esquina y mientras esperaba a que la luz verde con el monito caminando apareciera, dije: "Bueno, al menos voy a caminar."



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