domingo, 17 de abril de 2011

Inventos

Me miró y me encontró más vieja. No dijo nada, pero lo noté en su mirada como de desconcierto. Me saludó moviendo la cabeza y balbuceando algo, le respondí casi igual. Preguntó qué pasaba y dijo que me ayudaría.

—Esto ya no tiene remedio —dijo con su voz de experto—. Mejor busquemos un taxi. Le hice caso: nunca aprendí a contrariar esa voz tan decidida. Cerré el carro, tomé mi bolso y llegué a su lado. Caminamos en silencio durante unos cinco minutos (creo) hasta que el silencio incómodo nos incomodó tanto, que tuvimos que hablar.

—Luces bien, le dije. Esa barba te viene bien. Y los lentes. No te pareces nada a lo que eras. O a quien eras. Soltó una risa burlona y moviendo la cabeza replicó: —No cambias, mujer. ¿Y quién quiere cambiar? pensé al tiempo que le mostraba una sonrisa falsa. Se le desdibujó la sonrisa y me miró fijamente, como preparándose para decir algo muy importante.

—Nunca pensé que iba a encontrarte hoy, A. Nunca pienso en encontrarte.
—Es una ciudad pequeña, G. Es prácticamente natural que nos encontremos.
—Sí, pero no así. No cuando no pienso en encontrarte. No cuando necesitas ayuda y no puedo decirte que no.
—No era necesario que te acercaras, no había notado que eras tú quien venía hacia acá (mentía, lo noté desde el otro lado de la calle). Yo no necesitaba tu ayuda.
—No es por la ayuda, A. No es porque no pueda decirte que no. Es porque no quiero encontrarte. No quiero.
—Y entonces, ¿por qué sigues aquí?
—¿Que no lo entiendes? No quiero encontrarte porque sé que al hacerlo inventaré lo que sea por quedarme.



2 comentarios:

  1. a q bonito final, me imagine toda una historia entre ellos.

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  2. Bravo Chargoy.
    Tengo la sensacion de que trazas circulos concentricos y mueves a tus personajes como ondas en el agua. Cuanto mas se acercan, mas se alejan.

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