domingo, 26 de diciembre de 2010

Fotografías

Cubrió la noche, y el frío, con fotografías. Fotografías que fueron el mejor presente que pudo haber soñado. Fotografías con personajes que hoy parecen tan lejanos, tan extraños, tan ausentes.

Tirados, sobre la mesa, yacen esos rostros irreales. Irreales porque el amor que vivieron sólo cabe en lo fantástico. Su amor era de otro mundo: el de ellos. Ese intenso amor que se construyeron en medio de la castrante rutina. Ese consuelo que encontraron dentro del otro cuando sus corazones estaban rotos, deshechos, buscando ansiosamente algo o alguien que les dijera que valía la pena existir y despertar cada día. Nunca fueron almas gemelas, fueron una sola.

Pero esta noche, en esas fotografías, ya no se ve el amor. Esta noche se ve borrosa. Esta noche el dolor es incesante. Tanto, que hiela, que petrifica el alma. Esta noche ya no siente.

Esta noche no hay nada más que decir. Esta noche sólo está viendo fotografías.

sábado, 18 de diciembre de 2010

A ella

Cada día y a la misma hora, llegaba. Abría tímidamente la puerta para encontrarse con su silueta. Ahí estaba ella: Sentada, entre papeles y números, con la mirada fija en la pantalla.

Él solía visitar a un amigo, aunque últimamente las visitas eran más frecuentes y el motivo principal no era el dichoso amigo. Diariamente desviaba su camino algunas cuadras sólo para estar cinco o diez minutos ante su presencia. Estar a su lado, sin hablar, sintiéndola tan cerca, tan de él. Eran minutos en los que un "buenos días" y un "hasta luego" se convertían en un "te amo" secreto, un "te amo" en silencio.

Aquel día fue a despedir al amigo que se disponía a tomar unos días de vacaciones. Parado en la puerta, a punto de marcharse, pidió a su amigo le trajera algo.

-¿Algo? ¿Cómo qué?, preguntó el amigo.

Y él, con la mirada perdida en ella, susurrando respondió:

-A ella.

Y ella, sentada, entre papeles y números, con la mirada fija en la pantalla, sonrió.

sábado, 11 de diciembre de 2010

Cuando quiero sol

En la oscuridad, lo esperaba. Era un jueves por la noche. Hacía ya tiempo que esperarlo era una eternidad y esa noche los minutos caminaban aún más lento. Sentada, leía, mas no se concentraba: En la mente repasaba sus manos, su espalda, sus besos. Sonreía. Y el reloj no avanzaba. De pronto, en el viejo radio que adornaba la sala, sonó una canción. La canción, su canción. Aquella con la que, en una noche de lluvia, juró amarla por siempre.

Corrió al teléfono, sus dedos temblorosos marcaron de memoria el número. No dijo nada, sólo dejó que la linda melodía hiciera lo suyo. Traviesa, sonreía, no reparó en que la puerta se abrió, ni en que él entraba de puntitas, cómplice, sonriendo, con esos hermosos ojos verdes enamorados.

Caminó hacia ella, dejó el teléfono. La tomó por la cintura y la giró acercándola a él. Se encontró con los mismos ojos enamorados, de miel y, en ese momento, cristalinos. Bailaron, y se abrazaron tan fuerte que los latidos de sus corazones se hicieron uno solo. La besó y, con sus manos grandes, le acarició el cabello, la cara. La besó otra vez, la miró fijamente, quedándose en sus ojos. Y con esa voz que abrazaba le preguntó por qué lloraba.

No pudo contestar, no salió palabra alguna de su boca. Pero sus ojos cristalinos entregados a él y su cuerpo tembloroso, cantaban: “Estás a mi lado, cuando llueve en mí, cuando quiero sol... cuando quiero sol.”


domingo, 5 de diciembre de 2010

De sonrisas

Tenía la tonta y hermosa costumbre de mirarme mientras me alejaba. Entonces, cuando su mirada me hacía voltear, levantaba la mano y, con una gran sonrisa, la agitaba despidiéndose. Ahí residía el problema, en la gran sonrisa.

Todos los días, al llegar, lo primero que veía era esa sonrisa. Al principio, era un bonito "buenos días". Después, y sin darme cuenta cómo, se convirtió en una especie de necesidad. Era llegar buscando esa sonrisa. Era ir pensando esa sonrisa. Era despertar imaginando esa sonrisa. Era dormir soñando esa sonrisa. Era vivir por esa sonrisa.

Pero sólo sonreía. Y me miraba. Y con los ojos gritaba que me quería. Yo también sonreía, y también lo miraba y, con mis ojos, le gritaba dijera que me quería. Nunca lo hizo.

Uno de esos días de sonrisas, me dijo que no se acercaba porque sabía bien que perdería la cabeza por mí. Le respondí que no se preocupara, que yo le ayudaría a encontrarla.

¿Saben que hizo? Pues sí, sonrió.