En la oscuridad, lo esperaba. Era un jueves por la noche. Hacía ya tiempo que esperarlo era una eternidad y esa noche los minutos caminaban aún más lento. Sentada, leía, mas no se concentraba: En la mente repasaba sus manos, su espalda, sus besos. Sonreía. Y el reloj no avanzaba. De pronto, en el viejo radio que adornaba la sala, sonó una canción. La canción, su canción. Aquella con la que, en una noche de lluvia, juró amarla por siempre.
Corrió al teléfono, sus dedos temblorosos marcaron de memoria el número. No dijo nada, sólo dejó que la linda melodía hiciera lo suyo. Traviesa, sonreía, no reparó en que la puerta se abrió, ni en que él entraba de puntitas, cómplice, sonriendo, con esos hermosos ojos verdes enamorados.
Caminó hacia ella, dejó el teléfono. La tomó por la cintura y la giró acercándola a él. Se encontró con los mismos ojos enamorados, de miel y, en ese momento, cristalinos. Bailaron, y se abrazaron tan fuerte que los latidos de sus corazones se hicieron uno solo. La besó y, con sus manos grandes, le acarició el cabello, la cara. La besó otra vez, la miró fijamente, quedándose en sus ojos. Y con esa voz que abrazaba le preguntó por qué lloraba.
No pudo contestar, no salió palabra alguna de su boca. Pero sus ojos cristalinos entregados a él y su cuerpo tembloroso, cantaban: “Estás a mi lado, cuando llueve en mí, cuando quiero sol... cuando quiero sol.”
Corrió al teléfono, sus dedos temblorosos marcaron de memoria el número. No dijo nada, sólo dejó que la linda melodía hiciera lo suyo. Traviesa, sonreía, no reparó en que la puerta se abrió, ni en que él entraba de puntitas, cómplice, sonriendo, con esos hermosos ojos verdes enamorados.
Caminó hacia ella, dejó el teléfono. La tomó por la cintura y la giró acercándola a él. Se encontró con los mismos ojos enamorados, de miel y, en ese momento, cristalinos. Bailaron, y se abrazaron tan fuerte que los latidos de sus corazones se hicieron uno solo. La besó y, con sus manos grandes, le acarició el cabello, la cara. La besó otra vez, la miró fijamente, quedándose en sus ojos. Y con esa voz que abrazaba le preguntó por qué lloraba.
No pudo contestar, no salió palabra alguna de su boca. Pero sus ojos cristalinos entregados a él y su cuerpo tembloroso, cantaban: “Estás a mi lado, cuando llueve en mí, cuando quiero sol... cuando quiero sol.”
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