sábado, 30 de julio de 2011

Cómplices

Qué cosa tan maravillosa es esa de descubrir a un par de amantes en silencio: Ese instante en el que, para ellos, no existe nada, sólo eternidad.

Pero ahí tiene que una existe y, claro, una observa. Usted no me va a dejar mentir, es una cosa tan bonita eso de verlos regalarse miradas furtivas, palabras al aire, gestos amorosos, ademanes chistosos. Sí, complicidad.

Valga decir que no es que una ande por la vida husmeando entre las miradas de la gente, no. Quizás es sólo que una anda por la vida caminando entre las nubes y a la vida y a las nubes les gusta regalarnos esos momentos por descubrir. Y ahí tiene que a una le toca descubrir, así, sin querer queriendo.

La cosa es que una descubre porque conoce. Quizá mucho, quizá poco.

Mire usted, cerremos los ojos y veamos. Imagine, no sé, una oficina. Papeles, llamadas, números, clientes, proveedores. La vida laboral ensimismada que a su vez ensimisma a la vida personal. De pronto, entre todas las almas (que en esos momentos cuadrados olvidan que son almas) hay un par a quienes el corazón les brinca entre entradas y salidas de almacén.

Sienten la presencia de la cosa amada (perdóneme lo de cosa, pero es que qué cosa más bonita) y como por orden divina, levantan la mirada y lo ven acercarse. Ojitos abajo, ojitos arriba; otra vez arriba, otra vez abajo.

Entonces, conforme se acercan, una, que vive al menos cinco centímetros despegada del suelo, puede escuchar ese grito ahogado: ¡Amor! Ellos transforman el grito en sonrisas casi tímidas, tratan de no mirarse tanto; no lo logran. Hablan de los productos a surtirse, tocan levemente sus manos entre facturas, y son felices.

Y dígame usted, ¿qué hace una? Pues una, enamorada del viento, se vuelve el ser más invisible del planeta en medio de miradas de entrega; en medio del misterio que los envuelve; entre el silencio a punto de estallar en la boca y el gesto cómplice que dice yo te sé, tú me sabes.

Pero quien realmente no sabe, pues es una. Una descubre, una sospecha.

Y ahí es en donde radica lo más bonito de la cosa bonita: Los que sospechan, los que descubren, son esa rara especie que camina mirando al cielo y se empapan de sus colores; esa especie que sonríe al ver a un par de árboles enredados desde la raíz. Esos que sospechan son aquellos que sonríen al ver a ese par callar para gritarse el amor. Ellos, los que sospechan, van tejiendo sueños entre las nubes.

Ay, y los amantes, ahí siguen. Hablándose quedito, delatándose. La sospechadora en cuestión, los mira otra vez y trata de disimular. Finge hacer algo, lo que sea, para permitirles serse. Les permite vivir un instante más. Les otorga.

¿Y sabe usted por qué una otorga? Una otorga porque alguna vez calló, porque alguna vez fue mirada furtiva. Hubo una que vez las mariposas amarillas revolotearon tanto, que el aire se llenó del aroma de todos los colores juntos; hubo una vez que el aire se volvió arcoíris.

Hubo una vez que la que sospecha y descubre, fue cómplice. Y, por eso, sonríe.



lunes, 25 de julio de 2011

Que nunca seas tranquilidad

Por favor, amor, nunca seas tranquilidad.

Ven y enturbia mis aguas. Llega por fin y turba mis pensamientos, detén su cauce natural. Se día, se noche. Se en mí tan de prisa que no me dé cuenta. Se en mí tan profundo, tan intenso, que desde ese instante eterno te quiera más.

Que en cada encuentro yo, completita, me cimbre ante la primera mirada. Que mi voz tiemble, que mis manos no dejen de hacer esos tontos movimientos, que te hable con el cuerpo entero. Que mi pelo se avive cual fuego y llegue por voluntad propia a tus dedos ansiosos de mí. Que mis labios se perturben al apenas contacto con los tuyos...

Y aléjate.

Házme sentir que a cada momento te pierdo, que si no me asgo a ti, te perderé. No le permitas a mi corazón dejar de latir; riega tu amor por todo mi cuerpo. Entrégame todo y quítame más de lo que ya me has dado.

No te atrevas a dejar de inquietarme, no me permitas apagarme.

Déjame latirte con toda mi extensión. Deja que esta sinrazón, este devenir, recorra mis venas y mis sentidos. Deja que esta conmoción suba y baje por mi piel. Que parezca detenerse, que parezca terminarse, y que de un golpe aparezca en mis entrañas, que de un golpe renazcas en mí.

Por favor, amor, haz pedazos de mí; pero nunca, nunca te atrevas a darme tranquilidad.



jueves, 14 de julio de 2011

Lágrimas

Ayer dejé escapar una lágrima. Sólo una. Y después solté algunas más, hasta que se convirtió en llanto. Hasta que en mis mejillas se dibujaron rayitos húmedos de dulces lágrimas. Sí, porque las probé. Dulcísimas. Sabor durazno. Como recién cortadas del árbol.

Lágrimas incontenibles dentro de mi pecho. Dejé que cayeran, saboreé cada pequeña lágrima. Cada incontenible lágrima. Cada dulzura de cada lágrima. Cada razón de cada dulzura.

Lágrimas de respiración agitada. Lágrimas que casi fueron lágrimas. Lágrimas que se quedaron en el borde de los ojos y las hice caer en mi corazón. Lágrimas de amor. Lágrimas que sonreían conmigo. Lágrimas de esperanza. Lágrimas de curiosidad. Lágrimas dramáticas. Lágrimas chiquititas, lagrimitas.

Lágrimas. Qué extraña palabra.

Lágrimas, dulces lágrimas.

sábado, 2 de julio de 2011

Destino II

A. se fue a dormir con un dejo de tristeza en el rostro. Todo iba bien en su vida: adoraba despertar cada mañana, tenía una hermosa familia, un trabajo que disfrutaba, los mejores amigos, vaya, se sentía satisfecha.

Pero esa noche había algo, quizás un poco de nostalgia, quizás un poco de frío.

Pasó la mano sobre las sábanas limpias y suspiró. Acomodó la delgada almohada y se metió en la cama mirando fijamente hacia la pared. Sin sentir nada, sin decir nada, finalmente cerró los ojos. Jamás imaginó lo que soñaría cuando despertara.

—Te digo que fue bien raro, R. —insitió A.— En la vida hacía a L., y mira. Fue tan chistoso mi sueño. De pronto estaba yo en un lugar muy iluminado, lleno de árboles, corría un airecito muy fresco y en el fondo alcanzaba a ver la silueta de alguien. Por alguna razón llamó mi atención y despacio me acerqué. Entonces ahí estaba él, moldeando algo como cerámica. Y a su alrededor había pinceles y lienzos. Recargado en una banca estaba un cuadro hermoso con el atardecer más bello que hayan visto mis ojos. Un verdadero sueño.

—Sí, un verdadero sueño, que quién sabe si aún exista, A. Y ya, no le vayas a dar tantas vueltas como acostumbras, por favor.

A. no le daba muchas vueltas, simplemente era algo tan curioso. Mira que soñar a aquél primer amor en una noche tan fría. Dio un sorbo a su té y sonrió.

Por la tarde, con otra taza de té en mano, se dispuso a revisar su correo electrónico. No se le salió el corazón porque llevaba una blusa con botones que reforzaban cualquier escape, de no ser así, quién sabe donde hubiera ido a dar el corazoncito. Acababa de sentir en ese, su pobre corazón, el vuelco más enorme en mucho tiempo: tenía la solicitud de amistad de un hombre llamado L.

Temblando lo aceptó e inmediatamente un Hola apareció en su pantalla. Empezaron a charlar, tantos años, tanta vida, tanta ausencia. Hablaron de los amigos, de la familia, de las sonrisas.

Entonces A., con esa inocencia que siempre la caracterizaba y llena de curiosidad, lanzó el obligado ¿Y a qué te dedicas? L., del otro del lado de la pantalla y con una sonrisa que no había desaparecido desde que ella lo aceptó, respondió: Soy artista plástico.


True and beautiful story