Se detuvo a mi lado, también miraba la lluvia. Lo vi cuando levanté la vista y me di cuenta que llovía. Ya lo esperaba, las gotitas empezaban a caer en el pedazo de hoja que encontré para escribir, por eso me senté en la orilla de esa ventana. Seguía estando afuera, seguía sintiendo el viento en mi cara, seguía escribiendo y, si llovía, podría ver la lluvia, así, como en ese momento, cuando él apareció.
Respiré hondo. Disfruté el olor que me regalaba la lluvia sobre la tierra. Sentí el aire frío en mis mejillas, y podía imaginar, ya, la punta de mi nariz roja. Era el momento perfecto para detenerlo, para que él apareciera.
Levanté la vista, llovía. Él ya estaba a mi lado, contemplaba la lluvia, disfrutaba. Dio la vuelta, como si fuera a marcharse. Lo vi de reojo, regresé a mi hoja. Escuché sus zapatos rechinar cuando daba la vuelta para regresar y detenerse otra vez a mi lado.
Levanté mi cara, me quedé viendo la lluvia, esperándolo. Tímidamente estiró su mano, dejó que las gotitas de lluvia lo acariciaran. Guardó la mano en uno de sus bolsillos, y se acercó.
-¿Escribes?
-Trato.
-¿Me voy?
-No.
-Me gusta.
-¿Que escriba?
-No, la lluvia. Bueno, también.
-A mí también.
-¿Escribir?
-No, la lluvia.
-¿Qué escribes?
-Mi vida.
-¿Te ayudo?
Qué preciosa imagen, es una fotografía, un instante atrapado.
ResponderEliminarMe gusta.
La lluvia, pero también tu escrito.
Este diálogo tiene que ser parte de otra historia, ¿no?
ResponderEliminarGenial todo lo que escribes, me gusta mucho.
Sí, puede ser parte de otra u otras historias. Me alegra (mucho) que les guste, que les mueva. Gracias por leer.
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