domingo, 10 de mayo de 2020

De amigas

De pronto me descubro haciendo gestos de mi mamá. Estoy sentada, platico con él y, sin verme, sé que en mi rostro está la expresión de ella cuando escucha o cuando pone atención. Desde aquí, desde afuera, puedo sentir su mirada convirtiéndose en la mía, abriéndose paso entre mis ojos café claro, como los de ella.

Mamá siempre ha estado aquí y siempre ha sabido estar. Nadie le enseñó, nadie le dijo qué pasaría, cómo pasaría; dicen que eran otros tiempos. Tiempos en los que un día su corazón deseó ser madre, tiempo en el que llegué. Tiempos en el que ese alabado y bendecido instinto maternal la guió, en donde la intuición dio protección, donde el instinto de supervivencia dio conservación.

Los días pasaban y aprendíamos a estar juntas: me ayudaba con la tarea, escuchábamos la misma música, me ponía sus zapatos, me contaba... le contaba... siempre cerca, siempre ahí. Mamá nunca pretendió ser mi amiga, fue espontáneo, simultáneo, fue el resultado de una ecuación. No forzó nada, todo fue natural, normal, como si la palabra amiga viniera escondida dentro de la palabra madre. 

Ella nunca ha dejado de ser mi madre mientras es mi amiga, mientras es la mejor. Y es la mejor porque me conoce, porque siempre está aquí y siempre ha sabido estar. Mamá es mi mejor amiga porque confía en mí, porque me dio alas, porque con su ejemplo me enseñó a volar. Porque sus palabras entran en mi huesos y se quedan en mi alma. Es la mejor porque es mía, porque la proclamo mi madre, mi amiga, mi centro. Porque de ella vengo, porque a donde quiera que vaya, yo voy.

No hay comentarios:

Publicar un comentario