miércoles, 21 de septiembre de 2011

Cuando los sueños

Reían tanto, no podían dejar de hacerlo. Contagiaban.

Ella sonriente, radiante, lo tomaba de la cara y le acariciaba. Él se entregaba en sus dos manos, le daba su rostro, le daba su sonrisa, le daba la vida. Entonces ya la tenía tomada por la cintura apretándola hacia él, llenándole la vida de cosquillas, de su barba traviesa.

Se cantaban sonriendo, se entregaban dichosos, se amaban juntos. No paraban de tocarse. Era como si al pasar las yemas de los dedos por sus narices, por sus ojos y por sus labios, las construyeran una y otra vez. Parecían esculpir al amor.

Eran una fotografía que yo miraba de lejos. Lentamente miré a mi alrededor y, asombrada, vi como cada mínimo contacto entre ellos nos cambiaba a todos, nos movían al mundo.

Cuando ella pasaba su mano blanca sobre la mejilla de él, las ramas con hojas pequeñitas de un árbol muy alto se mecían. Cuando él cerraba los ojos para dejar que ella los besara, los gorriones cantaban más fuerte y dulce. Cuando ella sentía que él la acercaba más, los niños dibujaban al mismo tiempo castillos en sus cuadernos. Cuando él la miraba fijamente a los ojos, el sol brillaba tanto que parecía derretirse. Cuando ella le acariciaba las cejas; todas las letras de los periódicos, de los anuncios y de los libros, se inclinaban y parecían bailar. Cuando él le besaba tiernamente la nariz, invadía un aire fresco que nos despertaba más. Cuando ella le delineaba los labios con los dedos, las nubes tan blancas hacían curiosas formas sin forma. Cuando se sonreían mirándose en complicidad, de entre las flores surgían mariposas amarillas que con cada revoloteo hipnotizaban.

Pero cuando ya no hubo ningún espacio entre ellos, cuando su piel se hizo una, cuando respiraban el mismo aire, cuando el aliento de él fue el aliento de ella, cuando sus labios al fin se unieron en un beso; todo, absolutamente todo se detuvo.

La campanita del paletero quedó en un sólo tilín; el globo que se le escapaba a una pequeña quedó entre sus manitas y la mitad de un pino; uno de los abuelos que jugaba ajedrez quedó a medio pensamiento de cómo hacer jaque mate con su torre; el mimo regordete que entretenía a unos pocos niños, quedó atrapado porque la ventana que intentaba abrir quedó justo a la mitad y no cabía; la familia que hacía picnic se quedó con hambre porque los bocadillos no alcanzaron a llegar a la boca; el balón de fútbol de los chicos que jugaban quedó a media trayectoria hacia la portería; los trinos, los gorgoteos, el barullo, el aire; todo detenido.

Entonces, aún más asombrada, algo me hizo voltear al cielo. No podía creerlo: estaban ahí todos los colores que había y no había visto en mi vida. Pero eso no era todo, de una manera inexplicable el sol y la luna se miraban de frente, resplandecientes; el sol daba su brillo a la luna y ésta le sonreía. Sí, sonreía y brillaba y ellos juntos, sol y luna, iluminaban el cielo con todos esos colores.

Poco a poco bajé la vista, miré otra vez a mi alrededor, todo seguía igual, sin movimiento. Regresé mi vista hacia ellos y los vi entregarse en ese beso. Fue cuando me pregunté por qué yo no me había detenido, cómo fue que pude ver cada uno de los momentos mágicos que sucedieron.

Me levanté de la banca en que estaba, tomé mi libro y respiré hondo. Entonces comprendí, ellos también movieron mi mundo, sí me detuve.

Yo estaba detenida desde hace mucho tiempo en el más hermoso sueño.


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