Sucede que no hay cosa más placentera que mi pijama de cuadros. En serio, es cómoda, amplia, bonita y, claro, mía.
Hoy, a mi pijama, se le ocurrió despertar temprano. Ocho de la mañana. Se levantó de la cama, tomó una cobija y se dirigió al sillón. Recostada, dio los besos que debía dar y se levantó. Café, café, café. Cobija enredada y café en mano eligió una película. De amor, por supuesto. Esta pijama es una enamorada.
Dos horas de drama y sonrisas tontas frente al televisor después, mi pijama seguía encantada. Pero era ya hora de comer algo. Pan, queso, jugo de naranja. Aún en cama y revista en mano, mi pijama seguía divertida. Más café. Pero faltaba algo: Música. Tan pronto se escuchó "A town called malice" sus cuadritos empezaron a moverse, a sacudir el cabello y a brincar por toda la habitación. Debieron verla, créanme, esos cuadritos tienen vida.
Feliz, mi pijama se sentó a escribir. Ahora escribe. Y quiere detener el tiempo. Y quiere seguir en mí. Pero son casi las tres de la tarde y debo jugar a la mujer adulta que cumple con sus responsabilidades. Ay, ese juego.
Es hora de guardarla, salir a la calle y sonreír en silencio mientras recuerdo a mi pijama bailando sola en la habitación.
Hoy, a mi pijama, se le ocurrió despertar temprano. Ocho de la mañana. Se levantó de la cama, tomó una cobija y se dirigió al sillón. Recostada, dio los besos que debía dar y se levantó. Café, café, café. Cobija enredada y café en mano eligió una película. De amor, por supuesto. Esta pijama es una enamorada.
Dos horas de drama y sonrisas tontas frente al televisor después, mi pijama seguía encantada. Pero era ya hora de comer algo. Pan, queso, jugo de naranja. Aún en cama y revista en mano, mi pijama seguía divertida. Más café. Pero faltaba algo: Música. Tan pronto se escuchó "A town called malice" sus cuadritos empezaron a moverse, a sacudir el cabello y a brincar por toda la habitación. Debieron verla, créanme, esos cuadritos tienen vida.
Feliz, mi pijama se sentó a escribir. Ahora escribe. Y quiere detener el tiempo. Y quiere seguir en mí. Pero son casi las tres de la tarde y debo jugar a la mujer adulta que cumple con sus responsabilidades. Ay, ese juego.
Es hora de guardarla, salir a la calle y sonreír en silencio mientras recuerdo a mi pijama bailando sola en la habitación.
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