Curioso era que la noche en que pensé escribirte una carta hayas hablado de mí. Y curioso era haberme enterado. Más curioso haberte encontrado el día después de la noche en la que pensé escribirte una carta. Pero más más curioso aún, que quisiera escribirte una carta.
¿Por qué querría escribirte una carta? Y aquí la más grande curiosidad: ¿Qué te escribiría en la carta? Lo curioso era que mi preocupación principal era imaginar la cara que pondrías al recibir mi carta. ¿Qué dirías? ¿Qué harías? ¿La abrirías emocionado, palpitante, ansioso? ¿La mirarías con indiferencia y la pondrías en tu mesa de noche? ¿O la guardarías en el cajón del buró? Ese cajón que nunca abres y que está lleno de “asuntos pendientes”. Aunque no, yo no soy un asunto pendiente, quizá concluido. Quizá, ni siquiera asunto.
Pero, la carta. No hagas ese gesto, hombre, fue culpa de la noche. Y de mi cabeza. Quizá también del corazón. No sé quien de los dos empezó a dar vueltas. Como baraja pasaba tu rostro. Qué terco eres. Tú, y otra vez tú, y otra vez tú. Y de pronto, una idea, una carta. Escribirte casualmente. Contarte de mí pero no de mi vida. Hablarte del amor pero no de mi amor. Decirte lo que quiero pero no que te quiero.
Contarte. Hablarte. Decirte. Nombrarte. Qué curioso. Curioso porque ya no te quería. Y más curioso aún porque ya ni siquiera te escribía.
Juegas a saltar de una voz a otra
ResponderEliminarcomo saltando de puntillas
pero dejando hondas huellas
que no te atrapan
porque tus palabras son ligeras
y rotundas
me gusta como te hablas,
y lo que callas