En ese tiempo se topaba a cada ratito con carrozas fúnebres. Sin voltear hizo en la mente la señal de la cruz y rezó una jaculatoria. Es que a los muertitos sí les rezo, decía. No por mí, por ellos, una nunca sabe que penurias hayan pasado en vida, una nunca sabe qué penurias estén pasando en muerte. La verdad era que nunca olvidó aquella película en la que las almas en pena estiraban las manos desesperadas por salir de cualquiera que fuera el lugar en el que estuvieran. Desde entonces, y por eso, rezaba.
Terminó la jaculatoria y siguió con el rosario que dejó a medio tercer misterio. Algo bueno estaré haciendo, pensaba. Nunca tuvo claro si rezaba por miedo o por fe, lo que tenía claro —y presente— era el estremecimiento que sintió mientras rezaba arrodillada por primera vez: tenía varias noches sin dormir y la imagen del pequeño espectro parado en su puerta pasaba entrecortada en su mente, así, como su vida. También por eso rezaba.
Tampoco tuvo claro si rezaba por fe o por falta de fe. Nunca supo en qué parte del sueño despertó y saltó de la cama para traspasar la figurilla que la veía y no; nunca supo qué demonios hacía ese niño ahí. O quizá sí. Lo que sí sabía, y conocía, era la ausencia de corazón que en ese momento la atravesaba.
Nunca supo en qué momento empezó a rezar; nunca supo en qué momento aprendió los cinco misterios del rosario con todo y letanía. Nunca supo por qué tenía miedo; nunca supo si en realidad era miedo. Pero no dejaba de rezar, ni de cerrar los ojos, porque cuando duele el corazón lo mejor es cerrar los ojos. Y rezar.
Hola, creo que ya te había mencionado lo mucho que me gusta tu blog, me gusta como expresas tus ideas. No se si haya sido experiencia personal, pero no te preocupes o si tienes que, preocúpate todo lo necesario pero estoy segura de que todo saldrá bien. Diselo a esa persona.
ResponderEliminarGracias, en verdad, gracias por leer. :)
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