lunes, 31 de enero de 2011

El silbido

Ayer traté de recordar tu silbido. Ese que cada tarde, a las cuatro en punto, se escuchaba en mi puerta. Ese con el que mi corazón empezó a dar sus primeros saltos de amor, ¿te acuerdas?

Recuerdo que silbabas. También recuerdo la hora exacta. Recuerdo el temblor que invadía mi cuerpo y los latidos que de pronto me asaltaban. Aún más: Recuerdo como saltaba de mi sillón, dejaba mi libro, me miraba en el espejo arreglándome un poco y mi sonrisa caminaba hacia la puerta, a recibirte.

Recuerdo tu silueta tras la puerta, tus ojos, tus largas pestañas y tu ceja despeinada. Entonces, el abrazo ansioso. Después, el beso. El más dulce beso de amor que te daba porque al fin llegabas.

Recuerdo tu espalda cuando caminabas hacia dentro de la casa. Como te sentabas en mi sillón, tomabas el libro y me pedías que te contara en qué iba. Recuerdo tu mano sobre mi rodilla mientras me escuchabas atento.

Recuerdo como tomabas mis manos y las ponías en tu rostro. Como te acomodabas para quedar acurrucado en mí, hasta que caías en cuenta de tu tamaño y con un "ay, amor" cambiabas de posición y ahora era yo quien se perdía en tus brazos, quien se cubría de tus besos, de tus cosquillas. Quien se llenaba de tus "te amo".

Pero el silbido. No puedo recordar el sonido que hacía vibrar mi corazón y me anunciaba tu llegada. No puedo. No lo recuerdo. Ya no puedo escuchar ese particular sonido, ese pedazo tuyo. Ya no regresas a mí.

Quizá es sólo que ya te estoy olvidando.

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