domingo, 9 de enero de 2011

En el mar

No podía abrir los ojos; era el sol el culpable. Los ojos hechos mar se habían secado ya. Una debería refugiarse siempre en el mar, pensé. Ahora el frío me calaba, permanecía inmóvil y había enmudecido. El mar me atrapaba, como siempre, como nunca. Me dejé vencer por el sol y cerré los ojos. Sola. Con el viento, con las olas, con mi mar.

Entonces los abrí y los vi. A todos.

Recargado en el muro, y a mi derecha, veía a sus hijos. Entre las rocas, eran piratas. Se perseguían, vivían el mar, su aventura. Él, desde lejos, los vigilaba. Y en la sonrisa guardaba las ganas de volver a ser pirata y vivir aventuras, otra vez.

Habían pasado la mañana leyendo con el mar como música de fondo. Ahora, con un libro bajo el brazo y a mi espalda, un hombre y su mujer caminaban juntos. Mas en sus rostros se leían sueños volando en distintas direcciones.

Abajo, sobre la arena, ellas se quitaban los zapatos para sentirla en sus pies descalzos. A ratos la arena, a ratos el agua fría. Siempre en la orilla, siempre juntas, recogiendo conchitas. Como cuando niñas, imaginé.

A un lado de ellas llegaron los tres. Ellos tomaron la pelota y empezaron a patearla, ella buscó un lugar en donde sentarse. La chica del cabello rojo parecía observarlos, pero yo veía sus ojos perderse en el mar, junto con su corazón, quizá.

Justo a mi lado, con risas y miradas cómplices, otro grupo gritaba que la juventud es maravillosa. No importaba nada, en la juventud nada importa. Hoy eran las patinetas, la amistad, la lealtad, la música, y el mar.

De frente, entre las rocas, cuatro hombres se encuentran. Ellos, los pequeños, siguen jugando a los piratas. Ellos, los mayores, buscando una buena toma. Todos, procurando no caer.

Sonreí.

Cerré los ojos otra vez. Escuché la dulce melodía que me regalaban las olas. Me despedí, abrí los ojos. Mi última mirada al mar fue una promesa: Volveré. Siempre.

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