domingo, 30 de enero de 2011

Homerun

Dos hombres en base. La última entrada. Un juego empatado. Un trofeo sobre la mesa. El sol de mediodía. Y una esperanza en el corazón.

Caminó a "home", se acomodó el casco, removió la tierra con el pie derecho. Hizo un "swing" de práctica y apretó los puños. Sus ojos se posaban en el montículo, desafiantes, ansiosos.

La mirada fija en el punto que se movía hacia él. Lentamente, en segundos. Giró su cuerpo cerrando los ojos, el bat acarició la pelota, dulcemente, con gracia. Tiró el bat, corrió por inercia hacia la primera base sin perder de vista la pelota. No existía nadie, ni nada. Sólo él y la pelota que seguía en su viaje lento, seguro. No se daba cuenta de los ojos y las manos cruzadas expectantes a su alrededor.

Por fin la pelota llegó a su destino: atravesó la barda. Miró al cielo, bajó la cabeza moviéndola mientras una amplia sonrisa llenaba su rostro. Volaba entre las bases, saludaba a sus compañeros. Las gradas se caían. Su pecho saltaba, ya no cabía el corazón.

Él, un pequeño de diez años. Y ese, el mejor día de su vida.

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