domingo, 1 de mayo de 2011

De cielo, lluvia y caídas.

Con la mitad de mis pies juntitos en el aire y girando la cabeza a ambos lados de la calle, me detuve en la orilla de la banqueta. Había recorrido casi todo el malecón sin sentir el paso del tiempo. Pensaba cruzar, así que bajé de la nube y tomé las precauciones necesarias. “Aquí no se detienen” —recordé. Calculé la distancia del carro que venía y crucé. Al pisar el otro lado de la acera miré una vez más el cielo, él me regresó la mirada con un guiño y dejó escapar una gota que resbaló por mi mejilla desapareciendo en mis labios.

Entré a la farmacia de la esquina anunciada por un trueno que me hizo brincar y luego reír por lo tonta que debí haberme visto brincando mientras la gente seguía como si nada pasara. Tomé un cepillo de dientes y una crema, ya en la caja tomé un folleto que anunciaba una obra de teatro para esa noche, planeé ir a verla. Di la vuelta y una cortina de lluvia tupida me detuvo. La gente entraba y salía. Se nos caía el cielo. Y todos lo ignoraban. Y yo simplemente no podía.

Volví a bajar de la nube para cruzar una segunda calle, esta vez a paso lento. Entré un tanto mojada y sacudiéndome al local. Pasé mis pies por el tapete de la entrada mientras respiraba hondo y me llenaba de mi aroma favorito: Café.

Ahí dentro también ignoraban la tromba. Estiré el cuello para buscar mesa, miraba entre tazas, entre pláticas, entre amantes del café. Encontré mi esquina flanqueada por dos grandes ventanales. Era perfecta. Ordené lo mismo de siempre y recibí la sonrisa de siempre. Saqué mi libro, intenté leer, pero este mundo celoso. Ese cielo celoso que siempre quiere todos mis ojos para él. Leía y miraba. Miraba y leía. Llegó el café y abandoné definitivamente todo intento por leer.

Acerqué la tasa con las dos manos. Olí el café. Me emborraché. Antes del primer sorbo miré hacia afuera: Se nos caía el cielo. Se nos caía sobre el malecón. Se nos caía en los ojos. Se nos caía en techos, en autos. Se nos caía en el pecho. Se nos caía en turistas, en niños jugando. Se nos caía en el mar.

Y me sentí tan frágil. Tan pequeña. Tan completa. Bebía mi café y me veía tan ausente de certezas. Allá afuera se nos caía el cielo y yo sólo era. Sola era. Fue entonces cuando, satisfecha, le devolví el guiño al cielo.




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