viernes, 20 de mayo de 2011

Quiero vivir

Esa noche le prometí que le escribiría algo. Algo —le dije, para que duermas tranquilo. Para que sueñes sonriendo. —¿Lo prometes? —me dijo mientras alzaba el dedo meñique esperando mi respuesta. —Lo prometo —respondí al tiempo que unía mi meñique al suyo.

Besé su frente y su mejilla. Lo abracé fuerte y le cobijé. Enseguida recuperó el sueño y en su rostro plácido se dibujó una sonrisa. Volví a la cama, me quedaban muy pocas horas de sueño. Y me quedaba muy poco por decir.

En algún momento le escribía un cuento a diario. Cuentitos. Cuentos que él escuchaba atento y sin pestañear. Cuentos en los que casi siempre el protagonista era él. Cuentos que él esperaba cada noche. Cuentos que detenían el tiempo y nos dejaban vivir en ellos.

Ahora todo era diferente. Ignacio ya no estaba, y con él se fue el hogar, se fue el calor. Se me fue la vida, como en los cuentos que escribía. Mi pequeño no podía entenderlo. Explicarle que papá no regresaría por la tarde no fue difícil, lo difícil era decírselo cada día porque él seguía esperando que esa puerta se abriera. Y yo también.

Poco a poco fui desapareciendo. Era tan extraño ser lo que siempre aseguré no sería. Era tan extraño verme desde afuera y no querer salir. Por el contrario, quería entrar más. Sólo quería esconderme. Sólo quería no decir.

Entonces, esa noche, un grito me llamó a su recámara. Mi pequeño tenía el rostro cubierto de lágrimas, temblaba. Con sus manitas muy juntas me dijo: "Mami, quiero regresar a uno de tus cuentos. Quiero vivir."

Tenía razón, necesitábamos vivir. Y yo tenía tan poco por decir. Pero es mi pequeño, y se lo prometí.



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