sábado, 21 de mayo de 2011

No te quejes, no hagas caso.

Toma el lipstick rojo de su bolsa y dibuja una boca más grande. Aprieta los labios uno contra otro, se mancha los dientes. Le hace caras al espejo y pasa el dedo sobre ellos para limpiarlos. Está lista. No, no pudo ocultar algunas muchas arrugas de su rostro, ni sus dolores. Ni pudo borrar tampoco algunos recuerdos de sus ojos. Y se niega a ocultar los cabellos canos entre los negros, porque “son mis años bien vividos”. Se mira al espejo y hace un bailecito mientras se dice: “Sigues estando buenona, María. No te quejes, no hagas caso.” Se acomoda el vestido corto de tirantes y con estampado de flores. Se sube a los tacones de charol y da medias vueltas a cada lado mientras se pone el perfume que guarda celosamente en su clóset para noches como ésta. Huele a humedad, pero no lo nota. Ella dice oler a gardenias, las flores que cree son las que están pintadas en la caja vieja del perfume.

Sale de casa buscando un taxi. —Llévame al Olvido, guapo —dice al taxista—, quiero bailar.

Entra al lugar y se siente en la barra, le dan el mismo trago de siempre. Después de un rato, un hombre le sonríe y pasa a su lado rozándole el brazo. Ella se acomoda el cabello y toma del vaso que es ya más hielo derretido que bebida. Se mueve casi al ritmo de la música. El hombre llega a su lado y le invita otro trago. Van a la pista y con cualquier canción se deshace. No baila, simplemente se deshace. Quiere perderse y los tragos que vienen le ayudan. También el hombre, al que le da un poco de mal amor entre canción y trago y canción; hasta que un no lo encanija y ella regresa a su lugar. —Aquí sobran machos —le grita.

Se contonea ante cualquier ritmo. Se sonríe ante cualquier provocación. De hombres, de mujeres. Cualquiera pensaría que es calor, cuan equivocados: Es soledad. Soledad que cubre con falso calor. Soledad que dice tener frío. Soledad que ya no siente. Soledad que ya habita.

Suelta una sonora carcajada y avienta la cabeza hacia atrás como si así el lugar se llenara con su risa. Como si alguien la escuchara. Apenas sostiene el vaso mientras se mueve un poco más y hace como si no hubiera sentido el pellizco que le acaban de dar en una nalga. Se balancea un poco. Un brinco. Otra carcajada. Vuelve a disimular que no pasa nada y se lleva una mano al derriére. Otra mano ya está ahí.

Toma de su vaso torpemente, brinda con el hombre que ahora la toma de la cintura y le dice palabras al oído. Que le endulza la noche sin saber que no hay manera de endulzarle ni la noche ni la vida a esa mujer. Se acerca a ella y percibe la humedad. Se confunde. No le importa. El hombre le ensaliva el cuello y el hombro. La llena de verborrea que no entiende y que desde un principio no quiso entender.

Él habla. Ella piensa en las estrellas. En que son para que la gente las admire, para que la gente las quiera tener sin poder alcanzarlas. Ella es una estrella. Pero de las otras, de las que están más lejos en el cielo, de las que están siempre solas. De las que nadie ve y, cuando alguien las nota, siempre se dejan alcanzar. De las que siempre quieren que alguien las tenga. Porque qué más da.

Sale del lugar tambaleándose, dispuesta al amor. Entonces el amor es un grito fingido que ni siquiera ella escucha. Entonces el amor no fue. Otra vez.

La noche se acaba. Baja otra vez su vestido, vuelve a apretar los labios al tiempo que deja un cuarto y un hombre malolientes. Sale a la calle y el olor de la madrugada le entra por los poros confundiéndose con su humedad.

Y no está frente al espejo pero puede ver cada una de las líneas en su rostro. Puede ver sus dolores. Y no está frente al espejo y puede ver cada uno de sus recuerdos con los ojos apagados. Puede ver, ya, su pelo completamente cano. No, no está frente al espejo pero se dice: “Sigues estando buenona, María. No te quejes, no hagas caso.”



2 comentarios:

  1. Personalmente le pondría una canción de Tom Waits de fondo. Alice por ejemplo. :-)

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  2. Yo disfrute mientras lo leía, muy bueno.

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