sábado, 25 de junio de 2011

Favor de tocar

Supe que lo quería porque no podía dejar de tocarlo.

¿Qué había en sus manos, en su pelo, en su cara, que me hacía ir a él sin importarme que él era una persona y no sólo un objeto de mi deseo? ¿Qué extraña fuerza me arrojaba a él? ¿De dónde salían esas ganas incontrolables por tocarlo?

Aún no lo entiendo.

Era como si no él no existiera, pero sí existía porque quería tocarlo. No podía hacer otra cosa que no fuera tocarlo. Sentir su realidad. Maniobrar cualquier roce con su cuerpo para comprobar que era real, que vivía, que latía. Y que no era mío.

Lo tocaba con cualquier pretexto. Al saludarlo. Al hablar con él. Siempre había algo. Una pelusa en su ceja, una pestaña en su mejilla. Pretextos suficientes para tomar uno de sus dedos y decirle que apretara el mío y pidiera un deseo. Y lo tenía de frente y me miraba mientras pedía un deseo. Y yo lo miraba pidiéndolo a él. Y me soltaba. Y mi deseo no se cumplía.

Estar sentada detrás de él era una lucha conmigo misma. Apretar las manos para no tocar su espalda, sus hombros. Detenerme a un centímetro de su cuello, de su pelo negro. Volver a apretar la mano, tocar mi cabello y voltear hacia otro lado. Tan imposible.

Aún no entiendo cómo es que mi mirada no le quemaba. A veces se movía un poco, como si se acomodara mis ojos. Entonces yo sonreía para que sintiera mi abrazo, para que volteara un poco y me regalara un poquito de él. Nada.

En verdad, aún no entiendo cómo es que mi mirada no le quemaba. No entiendo como mis manos no podían hacerlo temblar, no entiendo cómo es que no corría, no huía. No entiendo cómo es que nunca supo que no podía dejar de tocarlo.



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